La médica guatemalteca Alejandra Paniagua estudia el posdoctorado en la Universidad de Columbia, NY, enfocado en un proyecto piloto de atención de salud mental en Santiago Atitlán, Sololá.
La historia de la doctora Alejandra Paniagua está marcada por una convicción profunda: que la salud mental es un derecho humano básico y no un privilegio, pero aún así no se le presta mucha atención. “Y en Guatemala esto se marca aún más por falta de recursos y también por ciertas cuestiones culturales”, expresa desde su oficina en la Universidad de Columbia, New York, donde actualmente es fellow de posdoctorado en epidemiología psiquiátrica, a través del cual impulsa un proyecto en Santiago Atitlán, municipio de Sololá.
“Eso significa combinar la epidemiología con la psiquiatría: encontrar causas e intervenciones para prevenir o tratar enfermedades mentales”, completa, y está enfocada en un campo muy específico: los padecimientos de esquizofrenia en áreas rurales de Guatemala, una enfermedad crónica y severa que, sin tratamiento, puede causar deterioro cognitivo y relaciones del paciente.
“En Guatemala la mayor parte de las personas con esquizofrenia y otros problemas de salud mental no reciben ningún tipo de tratamiento, sobre todo en áreas rurales”.
Para comprender esa realidad, Alejandra y su equipo se han adentrado en las comunidades: “Involucramos a personas con esquizofrenia, familiares, cuidadores, proveedores de salud, comadronas, incluso terapeutas mayas. Les preguntamos a las personas qué es lo más importante para ellos, qué quisieran recuperar: Y lo que quieren es ser aceptados e integrados a sus familias, en la iglesia, en la vida diaria”.
El programa Recupera
De ese proceso nació el programa Recupera, una adaptación guatemalteca de un modelo internacional de psicoeducación familiar. “Lo hemos hecho en Sololá, especificamente en Santiago Atitlán. Ya tenemos el programa desarrollado y estamos empezando con un grupo pequeño de familias que tienen a seres queridos con esquizofrénia. Todo lo que hacemos está basado en integrar ciencia con sabiduría ancestral”, explica.
Ya lleva más de dos años de implementarlo y ha tenido resultados alentadores. Aclara que programas así no existen en Latinoamérica, pero espera que sus avances animen a más países y sistema de salud a implementarlo.
“La familia es la principal fuente de apoyo o la que decide que la persona se va a quedar encerrada y sin tratamiento. Hay que empezar dándoles conocimientos, enseñarles que la esquizofrenia es una condición de salud: no es una maldición, ni una brujería y que no es culpa de nadie. Enseñamos a comunicarse con el paciente, para integrarlo y evitar recaídas”.
Durante la adaptación del programa, la doctora ha empezado a ver algunos cambios” “Personas que estaban encerradas por años, sin hablar, ahora llegan a los grupos, saludan, reconocen, dicen gracias. Son cambios pequeños, pero para cada familia eso es enorme”.
Una vocación nacida del asombro ante la carencia
Su compromiso nació temprano. “Desde que estaba en secundaria me di cuenta de que la mayoría de personas en áreas rurales, principalmente población indígena, no tienen acceso a servicios de salud. Para mí eso fue impresionante. Yo venía del privilegio de tener acceso, y eso me llevó a estudiar Medicina”.
Durante su formación en la Universidad Francisco Marroquín, y más tarde con estudios en la Universidad de Pensilvania y en Columbia, comprendió que si bien la salud física tenía deficiencias, la salud mental era “el área más abandonada”.
Además de su experiencia profesional, reconoce un motivo personal: “Mientras estudiaba Medicina, mi familia vivió la dificultad de buscar servicios de salud mental para un integrante, en Guatemala. No los encontrábamos, a pesar de que yo ya estaba en el campo médico. Eso me marcó profundamente”.
Entre dos mundos: un puente de amor y servicio
Aunque reside parte del año efectuando estudios y análisis en Estados Unidos, Alejandra pasa varios meses en Guatemala. “Trato de estar al menos dos meses en Santiago Atitlán. Hago capacitación, supervisión, trabajo en equipo, y también apoyo emocional, porque en este campo escuchamos historias muy duras”.
Pero su visión de la adversidad emocional es amplia y constante: desde su experiencia migrante, también observa la crisis emocional que viven miles de guatemaltecos en el exterior: “La población latina vive actualmente un estrés constante. Muchas personas ya no buscan ayuda médica por miedo. La migración en sí es un factor de riesgo para ansiedad, depresión o incluso psicosis. Es una situación humanitaria que no se reconoce como tal y ojalá esto cambie”.
El sueño que guía la vida de la Dra. Alejandra Paniagua
“Mi sueño —dice— es que en Guatemala las personas con un problema de salud mental tengan la oportunidad de recuperarse, que no tengan que enfrentarlo solos, que sus familias tengan apoyo y sepan dónde buscar ayuda. La recuperación no es solo un tratamiento o una pastilla, es volver a trabajar, estudiar, sentirse parte de la comunidad”.
Con voz serena pero convencida, añade: “Sé que es un sueño difícil, pero trabajo para eso. Espero que me queden unos treinta años más para seguir intentándolo”. A través de su asociación llamada FundaMental, Alejandra espera llegar a poder brindar más servicios de salud emocional y menal a más guatemaltecos.
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