Migrante, indígena y académica, Ingrid Sub Cuc entrelaza el idioma kaqchikel, la medicina ancestral y la salud pública desde su experiencia como mujer maya. Llegó a Washington State a los 12 años y actualmente efectúa la investigación de su doctorado en la Universidad de California en Davis. Y esta es su historia.
Ingrid Sub Cuc creció en el corazón del Altiplano guatemalteco, en Sololá, rodeada de montañas, tradiciones y la presencia constante de su abuela, Martha, quien ya falleció pero fue uno de los pilares de su identidad cultural. “Ella era prácticamente una madre para mí”, recuerda con ternura. Esa figura materna no sólo le brindó afecto, sino también una herencia invaluable: el idioma kaqchikel y un profundo conocimiento de las plantas medicinales. “Ella tenía un jardín muy amplio de diferentes especies vegetales. Ella preparaba de allí todas las medicinas para mí cuando me enfermaba”, cuenta.
Ingrid es estudiante de doctorado en Estudios Indígenas con enfoque en salud pública en la Universidad de California en Davis, donde también es profesora asociada. Investiga la combinación del conocimiento ancestral y las políticas sanitarias modernas. “La medicina indígena no es que no tenga una metodología, sino que posee una metodología distinta, que debe ser valorada y que puede ayudar a mejorar los índices de salubridad, sobre todo en comunidades pobres y alejadas, donde no hay medicina occidental, pero sí medicina ancestral”, agrega.
Su vida ha sido una travesía entre mundos, cruzando fronteras físicas y culturales, conectando con las raíces indígenas mayas y de pueblos originarios de Norte América. Esta es su historia.

De Sololá a Spokane, Washington State
La migración se convirtió en parte de su historia cuando tenía apenas 12 años. Los padres de Ingrid Sub Cuc se separaron. Su mamá era kaqchikel y su padre, q’eqchi’, de Alta Verapaz. En ese tiempo, la casa de la abuelita Marta fue un refugio para Ingrid, quien aprendió a cocinar, a hacer tortillas y también a preparar medicina tradicional.
La madre de Ingrid rehizo su vida con un estadounidense que había trabajado en proyectos de desarrollo en pueblos indígenas en Guatemala. Juntos se mudaron a Spokane, estado de Washington, una ciudad de clima extremo y cultura distante. “Fue un cambio total. Allá cae nieve cinco a seis meses al año. Nosotros no conocíamos eso”, recuerda Ingrid.
Pero cambio no fue solo climático. “No hablaba el inglés para nada”, dice. En Sololá solo se hablaba kaqchikel y español, y Spokane carecía de una comunidad hispanohablante. Fue la necesidad lo que la llevó a dominar el inglés. El primer año fue especialmente duro: el frío, el idioma y el cambio de la comida. “Las tortillas… siguen siendo una parte tan esencial. Sí, las había en Estados Unidos, pero nada sabe igual ni se siente igual”.
Redescubriendo las raíces indígenas continentales
En un primer momento sintió que su identidad kaqchikel quedaba invisibilizada en aquel nuevo mundo. De hecho, en la escuela primaria predominaba el español por encima de su idioma materno, aquel que su abuela se encargaba en enseñarle y recordarle. “Pero mi padrastro trabajaba con varias tribus de indígenas americanos, sobre todo con el pueblo Calispel. Y aquello fue una conexión cercana, porque nosotras, mi mamá, mi hermana y yo, nos sentimos identificadas como pueblos originarios, y nuestros saberes ancestrales tenían tanto sentido y conexión”, expresa.
“Fue sorprendente también para ellos conocer sobre la cultura maya. Ellos creían que los mayas se extinguieron. Pero no, aquí estamos presentes también”, relata Ingrid con emoción y orgullo. Este proceso le llevó a notar también un vacío en el entendimiento y comprensión de de la migración indígena guatemalteca: “Nos identifican por ser migrantes, pero nos catalogan como hispanos. No hay un entendimiento de que muchos somos indígenas, mayas, que hablamos nuestros idiomas, que tenemos una conexión más fuerte incluso con los pueblos originarios de Estados Unidos que con los propios latinos”, expone.
La milenaria sabiduría de la medicina maya ancestral
Al llegar a la universidad, Ingrid Sub Cuc decidió estudiar Biología y Química con la idea de convertirse en médica. Su abuela había sembrado en ella la semilla del cuidado del organismo a través del conocimiento tradicional. Sin embargo, el paso por la universidad occidental fue duro. “Me di cuenta de que sigue habiendo un rechazo muy grande a todo conocimiento de medicina indígena”, lamenta. “Fue la razón por la cual decidí no seguir la carrera de Medicina occidental”.
Ese práctico rechazo académico a otras formas de saber marcó un giro en su trayectoria. Ingrid decidió abandonar la carrera de medicina y se dirigió siempre hacia la salud pública, con la intención de incidir desde otro ángulo, más social y cultural. Allí encontró también barreras, pero decidió persistir. “Me di cuenta de que tenía que buscar un espacio donde sí se valoraran estos conocimientos de nuestros ancestros. Por eso decidí hacer una maestría en Estudios Nativo Americanos”.
Con el tiempo entendió que su enfoque no solo era académico, sino también político y cultural. Hoy trabaja como catedrática de literatura, traductora e investigadora, integrando lengua, salud y conocimiento ancestral.

Los idiomas indígenas como vehículos de salud
Además de enseñar, Ingrid investiga el papel del idioma en la salud pública. “El idioma no es sólo un mecanismo de comunicación en el campo de salud, sino que es una parte esencial del bienestar y de la salud de los pueblos indígenas”. Recuperar y fortalecer el idioma kaqchikel es, para ella, una forma de sanar colectivamente. Lo mismo aplica para todos los idiomas mayas de Guatemala.
Actualmente, Ingrid viaja a Guatemala al menos una vez al año. Participa en proyectos de investigación lingüística y colaboraciones comunitarias. “Este mes de mayo voy a estar en el Occidente de Guatemala, presentando una parte de mi investigación que tiene que ver con la escritura y lectura del idioma kaqchikel”.
Para Ingrid, el idioma no se limita a la comunicación cotidiana, sino que implica una cosmovisión completa. Es también una resistencia frente a los sistemas que intentan borrar o simplificar la identidad indígena. “Estamos reinventando qué significa ser indígena en este siglo. Lo hacemos con mucho orgullo, recordando que nuestros abuelos y abuelas sacrificaron muchísimo para asegurar el futuro que tenemos. Porque sí hay un conocimiento ancestral válido, valioso y que puede contribuir a llevar más salud a lugares donde hoy prevalece la enfermedad, la desnutrición y otros males”.

Una identidad viva y una cultura que rompe barreras
Ser migrante e indígena al mismo tiempo implica habitar márgenes dobles. Ingrid lo sabe. “Las historias que escucho de otros migrantes mayas en Estados Unidos son fuertes: muchos no hablan español, sólo hablan su idioma indígena. Y se encuentran en un contexto donde ni siquiera hay intérpretes para ellos. Por eso es que desde hace años me dedico a ser intérprete de kaqchikel, para apoyar en sus derechos a quienes no manejan el español o el inglés aquí en Estados Unidos”, cuenta.
Por eso, también su investigación doctoral y su práctica tienen una dimensión profundamente ética y comunitaria. “Los mayas seguimos acá, siempre hemos estado acá, nunca nos fuimos”, afirma con convicción. En cada aula, presentación o viaje, Ingrid Sub Cuc lleva consigo no solo su historia personal, sino la voz de una cultura viva, resistente y en transformación, que pretende a su vez curar a una sociedad que aún sufre por las heridas del racismo y la discriminación.

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