Arquitecto, artista, escritor Carlos Martínez, radicado en Montreal, Canadá desde hace más de 30 años, reflexiona sobre la condición, retos e identidad del migrante guatemalteco.
En nuestros días en los medios de comunicación y en el discurso público, básicamente cuando hablamos del desafío del fenómeno complejo de la migración, lo hacemos mayormente en términos económicos o de refugio político.
Tiene su valor, pero reducir este fenómeno a estas variables es pasar por alto muchas cosas. A decir verdad se debe recordar que la emigración es un fenómeno tan viejo como la propia humanidad. De hecho con las redes sociales y la tecnología de la información asistimos en directo al drama y las odiseas de la humanidad, sin olvidar que aún en busca de mejor porvenir también hay desplazamientos locales hacia urbes que no necesariamente equivalen a un destino ideal.
De la misma manera para alcanzar un supuesto mejor futuro en Europa existe la problemática extrema de la navegación en botes de fortuna con personas vulnerables que dejan su existencia.
Asimismo en nuestro continente, miles de migrantes atraviesan el golfo del Darién afrontando peligros extremos, recorriendo selvas, desiertos y traficantes sin escrúpulos para mas tarde encontrarse ante fronteras inhóspitas en Norteamérica.
¿Realmente te vas?
Entre otras ilusiones, en busca de sueños y mejores condiciones de vida, experimentas frustración. ¿Cómo cambias de país sin negarte a ti mismo? Esta es la gran pregunta a la que no tengo respuesta.
Si todo va bien y tienes suerte y el coraje de llegar a buen puerto sano y a salvo, eventualmente la adaptación a otra cultura con valores distintos e idioma puede sobrecargar la pena y el abandono: un sentimiento que cabe desvanecer con el tiempo, pero lentamente.
A título de paradoja, un zancudo en su alegre vuelo vampirea a un añejo chapín e ignora que lo mataran de un sopapo 😉. ¡Qué me encanta el humor Guatemalteco! Nuestro folclore, filosofía y conocimiento de lo que somos, e incluso de lo que no somos: un rasgo de los chapines que tendemos a prescindir de todo como algo adquirido.
Me refiero al sentimiento casi generalizado en nuestras soleadas latitudes donde colectivamente nos percibimos no tan demasiado estúpidos, no tan excesivamente bélicos, no tan demasiado retrógrados. Generalmente «vive y déjame en paz»; efectivamente cuando nos comparamos, nos consolamos que no estamos tan mal y de algo tenemos que sentirnos orgullosos.
Pero cuando leo las actualidades y me informo, raras veces se vincula algo positivo, y suele habitarnos un cierto deshonor, sentimiento que no engaña cuando lo sientes: él nos priva del orgullo de pertenencia de nuestro propio lugar.
¿Por qué irte del lugar qué te vio nacer?
No obstante de su inestabilidad socioeconómica así como de su privilegiado entorno natural, cuando visito Guatemala admito que continuo seguir sufriendo casi una dolencia del desertor.
Chapinlandia con su idílico cielo azul y paisaje posee miles bellezas, lugar donde nos sentimos como un “gourmé” que ha descubierto los tamales, el guacamole y el atol de elote. Si no hay marimba aunque la chirimía llore, con algo tenemos que olvidarnos y disfrutar el tiempo…. Sino vamos para la iglesia a somatarnos el pecho.
Nunca tuve la intención de irme. Si lo hice no fue porque estuviera negando a mi país, solo estaba tratando de escapar a una época represiva y sin futuro de los años 1970 donde la crisis llevo incluso a cerrar la facultad de Arquitectura.
¿Cómo cuantificas esa dignidad? ¿Cómo se mide esa «charada»?
A menos que inventes un parámetro, digamos la disminución de la pobreza o el incremento del medio ambiente, el número de analfabetos por millón de habitantes, una sociedad modelo más incluyente y justa, sin armas, sin maras, con dirigentes responsables y exentos de demagogias.
En mis primeros años de migración sufrí la nostalgia y el síndrome del tránsfuga, un signo, un estigma del que pocas veces conversamos con franqueza. ¿Puede lo que era una vergüenza convertirse en autoestima? No siempre ¿entonces que? ¿Por qué ahora sera motivo de orgullo?
Porque es un sentimiento que creí abandonar pero aún sin mi, los hechos siempre están ahí, es de allí de donde vengo, es mi debilidad e irónicamente mi fuerza, es la Tierra que me vio nacer, en la que por primera vez me tropecé y aprendí mis primeros pasos. Pero con toda naturalidad todavía no he llegado al punto de asumirlo sin pensarlo.
Sin fingir locura ¿Sera posible transformar la tristeza y la deserción de tu país, de tu familia, de tus amigos, de tu alambicada cultura, de tu orgullo, de tu origen? Desconocerlo seguirá siendo un callejón sin salida.
Brinco hacia lo desconocido
En toda esta breve historia lo que encuentro fascinante es el brinco hacia lo desconocido. Sin negar el aporte de mis padres, según sus modestos medios, ellos siempre me impulsaron a ir más lejos, educándome y estimulándome, culturalmente y políticamente.
Ciertamente, una migración viene desde dentro, una búsqueda de mejorar tu vida, un tipo de revolución interior. Así lo siento. Como un viaje de una a otra vertiente, con todos los afectos, trastornos e impacto que eso puede generar. Así muchos conciudadanos migran buscando mejor futuro; por ende, una contrariedad y pérdida para nuestro propio país.
Mientras que actualmente, con el desafío migratorio por la atracción que ejercen países con mejores recursos, acá en Canada se debate sobre el número aceptable de inmigrantes y la complejidad de crear nuevas estructuras de acogida eficaces, no se debe olvidar el paso obligatorio que debe atravesar el migrante y las lágrimas que lleva consigo.
Y, sobre todo, a la hora de acoger a los recién llegados no subestimar los limites, la grandeza y la generosidad del Canadá. Así ahora desafortunadamente el país se ve en la necesidad de restringir las cuotas de inmigración por la crisis de vivienda y la reducción de la capacidad adquisitiva.
Si algo es mi deseo es quienes leen estas líneas –empezando por mis propios hijos y conciudadanos – que vean destellos de esperanza en los intersticios del recorrido de la historia. «Es por las grietas que la luz pasa en la oscuridad”. Creo que hay muchas esperanzas y energía en esta frase de Leonard Cohen.
Una fracción de mí se quedó en mi Guatemala
Pierre Nepveu (escritor y poeta, Quebec, 1948) nos interpela con la pregunta: «¿Es que pertenecemos a un territorio?». Y nos recuerda que el territorio no nos pertenece. Es todo lo contrario: nosotros somos los que le pertenecemos. Y el territorio puede recuperar sus derechos en cualquier momento, como lo ha demostrado sobradamente el cambio climático desde hace varios años.
El hombre está atravesando un territorio que ya existía antes que él y que le sobrevivirá. Un territorio no puede definirse únicamente por la segmentación de quién vive allí o tiene derecho a vivir allí, sino más bien por la noción de que varios humanos pisan un espacio definido que los acoge y cuya protección deben garantizar colectivamente. Esto es lo que las naciones indígenas han entendido desde hace mucho tiempo, añade.
Mientras más lo medito, siento la afección en mi interior y espero que mi modesto aporte halla podido beneficiar alguien. Aclaro y lo deseo, que éste no es un proceso de juicio, sino una deliberación sociológica mezclada con amor.
Porque estoy convencido de que en cada uno de nosotros, independientemente de nuestro origen, de nuestra región, de nuestras convicciones, profesión, clase social, posee un componente universal, una parte de lo colectivo, una parte de humanidad.
En algún lugar todos somos extranjeros...
….es en ese preciso momento que me complace abandonarme en la naturaleza. Ahí verifico mi brújula. Respiro los grandes espacios, allí me cobijo, en la belleza de sus paisajes, en la fuerza de los cambios climáticos que me recuerdan que no soy nada … entonces mis entrañas acceden a los senderos de mi propia soledad, mis verdaderos sueños que no son necesariamente los que había soñado.
En aquellos esfuerzos de ayer que bien valieron la pena y en estos años en que la reflexión me interpela en las pequeñas satisfacciones, no veo más el cielo de la misma manera. Cuando advierto las flores, el bosque, la vida, ya nada es la mismo.
Solo sé que en mi corazón siento gratitud por Quebec y mi amor incondicional por Guatemala y con todos aquellos que de alguna manera me han puesto su hombro. En este hermoso sendero de toda una vida, en los recuerdos escondidos de lo más profundo de mi ser, en las memorias que hoy preservo como piedras preciosas, allí en esa fuerza maravillosa y silenciosa de la naturaleza y del Cosmos ¿Como sera posible de deambular indiferente al lado de un estupendo crepúsculo?
No puedo negar que ya nada es igual y solo sé que una fracción de mi mismo siempre se negara a morir, ella se quedo en mi Guatemala.
Sobre el autor
Pensamiento guatemalteco sin fronteras
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