Wilmar Mejía nunca olvida que recorrió unos 300 municipios de Guatemala antes de ser migrante y cuando puede regresa desde Dallas, donde es maestro de escuela y produce su podcast Dime con quien hablas. Esta es su historia.
El camino de Wilmar Mejía podría contarse como un viaje físico, emocional y profesional que partió de Guatemala hace más de dos décadas. Su historia migrante comenzó un día en que abordó un avión hacia Estados Unidos, creyendo que se ausentaría apenas unos 3 a 6 meses. Era el año 2002.
“Guatemala es para mí el lugar más importante del mundo y a mis hijos les hablo del tesoro cultural y natural guatemalteco”, relata. “Pero cuando veo todo el camino recorrido para estar aquí, junto a mi familia, me doy cuenta que estoy viviendo mi sueño”, expresa Wilmar, maestro en Dallas, Texas, productor audiovisual y podcaster. Esta es su historia.
Conoció Guatemala kilómetro a kilómetro
Antes de convertirse en migrante, Wilmar ya trabajaba como camarógrafo y editor de video, produciendo cápsulas informativas para la secretaría de comunicación del gobierno de Guatemala sobre proyectos en municipalidades.
“A mis 26 años ya había conocido 300 municipios. No de pasada: había pasado días ahí, conversando con la gente, grabando, entendiendo sus problemas”, recuerda. Sí, conoció a varios presidentes cuyas giras registró.
“Comí unas 200 veces en la mesa del presidente Arzú”, cuenta entre risas, porque los equipos de comunicación eran clave en las comitivas oficiales en gira de provincia. Luego siguió laborando en el gobierno de Alfonso Portillo. “Fue una manera de trabajo para el país a través de la comunicación. Como parte de mi trabajo conocí alcaldes, diputados… aprendí cómo funcionaba Guatemala, de verdad”.
Con su cámara, micrófonos y jornadas de grabación, en su corazón se grabó algo más: “Uno se puede enamorar mucho más de algo que conoce mejor y a Guatemala la llegué a conocer profundamente en su geografía, rostros y voces”. Dejó de laborar en ese campo en 2002.
Llamada inesperada y un viaje "por unos meses"
Para Wilmar, migrar no estaba en el mapa. “Dos semanas antes de viajar, no tenía la menor idea de que iba a acabar viviendo en Estados Unidos”, dice. Surgió una oferta temporal de trabajo en Estados Unidos y la aceptó. Wilmar llegó a Dallas el 17 de mayo de 2002. “Sé la fecha exacta porque planifiqué llegar una semana antes de un concierto que quería ver. Así de improvisado fue todo”.
Su idea era trabajar unos meses y volver. Pero aquellos meses se convirtieron en años. En su historia aparecen episodios personales difíciles. “Me equivoqué muchísimo persiguiendo sueños sin plan, pero todo eso me llevó a donde estoy hoy”. Pasó por un divorcio a causa de aquella inestabilidad. Wilmar añoraba con regresar a Guatemala.
“Durante cuatro años viajé cada vez que podía. No iba de paseo, iba a buscar trabajo (pero no lo encontraba). Todo era un intento por regresar”, relata.
¿Y cómo se volvió maestro de escuela?
La reinvención profesional de Wilmar ocurrió allí mismo en Dallas, Texas, aunque no de la forma que imaginaba. Después de trabajar entrenando personal en una cadena de restaurantes, un amigo le sugirió aplicar como maestro. “Tenés buen inglés, buena cultura general y buena expresión”, le dijo.
Wilmar dudaba: “Yo fui terrible estudiante, ¿cómo iba a ser maestro?”. Tomó el empleo “por un año”, en lo que aparecía otra oportunidad. Y ese año cambió todo.
Descubrió que enseñar era otra manera de comunicar, que podía transmitir experiencias a otras generaciones. Y encontró algo más valioso: tiempo. Y también el amor.
“Gracias a los períodos de descanso escolar tengo 14 o 16 semanas de vacaciones, que aprovecho para viajar con mi esposa y mis hijos. Ese tiempo no lo cambio ni por el doble de salario”, afirma.
Ese espacio de libertad convirtió a su familia en viajera. “Mi hijo de 10 años conoce 31 estados de Estados Unidos”, cuenta orgulloso. “Tener tiempo para compartir juntos es un tesoro en esta época”.
Regreso a cámara y micrófono: Dime con quién hablas
La comunicación volvió con fuerza cuando Wilmar Mejía participó como invitado en un podcast de su distrito escolar. Su sinceridad provocó un eco inesperado. En aquella entrevista dijo dos frases que se viralizaron dentro de la comunidad educativa, por reflejar conciencia multiucultural:
“Los hispanos no somos iguales. Primero soy guatemalteco, después centroamericano, luego latinoamericano… y hasta al final, hispano.”
A la vez, considera que la migración forzada es una prueba de los malos manejos que ha tenido Guatemala. “Mi mayor fracaso profesional ha sido emigrar. Porque para mi carrera, lo ideal hubiera sido desarrollarla en Guatemala, pero la situación ha obligado a muchos compatriotas a buscar oportunidades en este país”
Ese espíritu crítico y también su gusto por la conversación lo llevaron a participar como co-conductor de un podcast en español y después a crear el suyo, que se llama “, un espacio para dialogar con guatemaltecos dentro y fuera de Guatemala.
“Aprender a través de las historias. No busco cuestionar o criticar, busco comprender. Hablar con quienes piensan distinto, descubrir de dónde viene cada postura, encontrar los puntos comunes y nuestras fortalezas”, expresa.
De esa cuenta Wilmar Mejía ha conversado con músicos, atletas, periodistas e incluso expresidentes. No desde el morbo, sino desde la curiosidad. “Si un día entrevistara al presidente actual, no le preguntaría sobre controversias. Le preguntaría sobre su formación, su historia, sus vivencias y emociones. Eso te explica más”.
Enseña Guatemala desde el corazón
A sus hijos Wilmar Mejía les transmite lo que considera el mayor valor de su identidad: la diversidad. “Ser guatemalteco es aprender a convivir con lo distinto. No todos hablamos español como lengua materna. No todos venimos del mismo origen. Pero hacemos clic cuando valoramos lo que nos une”, afirma.
Les habla del lago de Atitlán, que nunca olvida: “Uno de los momentos más mágicos de mi vida fue sobrevolarlo en helicóptero” y el otro ha sido ver y oír a la ciudad de Tikal al anochecer: “Ese rugido de los monos… es como si la selva despertara y nos gritaran desde otros tiempos ancestrales”. Para él, esas memorias no son nostalgia, sino herencia, y por eso cada vez que puede regresa a la Tierra del Quetzal.
Wilmar suele decir que la vida no salió como la imaginó, pero sí como tenía que ser. “Veo a mi esposa y mis hijos, y entonces sé que mi vida es perfecta. Todo el recorrido que he hecho tenía que pasar para traerme aquí”. Eso sin perder el punto de origen. “Guatemala es mi hogar. Visitar a mis padres en el cementerio, caminar por los lugares de mi infancia… solo puedo hacerlo ahí”. Para Wilmar, el migrar siempre ha sido otra forma de regresar.
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