El término chapín o chapines es aplicado como gentilicio popular para referirse a los guatemaltecos. ¿De dónde proviene? Un texto del siglo XIX puede aclarar algo de su origen y explicación.
El historiador y novelista guatemalteco José Milla (1822-1882) escribió una descripción del “chapín” allá por 1850 y la publicó en un periódico local. Con cierto humor pero también basado en observaciones, concretó este concepto que después apareció en su libro “Cuadros de Costumbres”.
Su motivación para hacer tal retraro fue el temor a que desapareciera el conjunto de características del “chapín”. Más de 150 años después, hay características con las que quizás y tan solo quizás más de un guatemalteco se identifique, incluso aunque esté lejos de su patria.

El chapín: cualidades y defectos
“El tipo del verdadero y genuino chapín, tal como existía a principios del presente siglo, va desapareciendo, poco a poco, y tal vez de aquí a algún tiempo se habrá perdido enteramente. Conviene, pues, apresurarse a bosquejarlo antes de que se borre por completo, como se aprovechan los instantes para retratar a un moribundo cuyo recuerdo se quiere conservar. El chapín es un conjunto de buenas cualidades y defectos, pareciéndose en esto a los demás individuos de la raza humana; pero con la diferencia de que sus virtudes y sus faltas tienen cierto carácter peculiar, resultado de circunstancias especiales.
El chapín es hospitalario, servicial, piadoso, inteligente; y si bien por lo general no está dotado del talento de la iniciativa, es singularmente apto para imitar lo que otros hayan inventado. Es sufrido y no le falta valor en los peligros.
Es novelero y se alucina con facilidad; pero pasadas las primeras impresiones, su buen juicio natural, analiza y discute, y si se encuentra, como sucede con frecuencia, que rindió el homenaje de su fácil admiración a un objeto poco digno, le vuelve la espalda sin ceremonia y se venga de su propia ligereza en el que ha sido su ídolo de ayer.

Según Milla, el Chapín también es...
Es apático y costumbrero; no concurre a las citas, y si lo hace, es siempre tarde; se ocupa de los negocios ajenos un poco más de lo que fuera necesario y tiene una asombrosa facilidad para encontrar el lado ridículo a los hombres y a las cosas.
El verdadero chapín ama a su patria ardientemente, entendiendo con frecuencia por patria la capital donde ha nacido; y está tan adherido a ella, como la tortuga al carapacho que la cubre. Para él, Guatemala es mejor que París; no cambiaría el chocolate por el té ni por el café (en lo cual tal vez tiene razón). Le gustan más los tamales que un volován y prefiere un plato de pepián al más suculento roastbeef.
Va siempre a los toros por diciembre, monta a caballo desde mediados de agosto hasta el fin del mes; se extasía viendo arder castillos de pólvora; cree que los pañetes de Quetzaltenango y los brichos de Totonicapán pueden competir con los mejores paños franceses y con los galones españoles; y en cuanto a música, no cambiaría los sonecitos de Pascua por todas las óperas de Verdi. Habla un castellano antiquísimo: vos, habís, tené, andá; y su conversación está salpicada de provincialismos, algunos de ellos tan expresivos como pintorescos.
Come a las dos de la tarde, se afeita jueves y domingo, a no ser que tenga catarro, que entonces no lo hace así le maten; ha cumplido cincuenta primaveras y le llaman todavía “niño fulano”; concurre hace quince años a una tertulia, donde tiene unos amores crónicos que durarán hasta que ella o él bajen a la sepultura. Tales son, con otros que omito, por no alargar más este bosquejo, los rasgos principales que constituyen al chapín legítimo; del cual, como tengo dicho, apenas quedan ya unas pocas muestras.
El chapín dice "vos"
Va siempre a los toros por diciembre, monta a caballo desde mediados de agosto hasta el fin del mes; se extasía viendo arder castillos de pólvora; cree que los pañetes de Quetzaltenango y los brichos de Totonicapán pueden competir con los mejores paños franceses y con los galones españoles; y en cuanto a música, no cambiaría los sonecitos de Pascua por todas las óperas de Verdi. Habla un castellano antiquísimo: vos, habís, tené, andá; y su conversación está salpicada de provincialismos, algunos de ellos tan expresivos como pintorescos.
Come a las dos de la tarde, se afeita jueves y domingo, a no ser que tenga catarro, que entonces no lo hace así le maten; ha cumplido cincuenta primaveras y le llaman todavía “niño fulano”; concurre hace quince años a una tertulia, donde tiene unos amores crónicos que durarán hasta que ella o él bajen a la sepultura. Tales son, con otros que omito, por no alargar más este bosquejo, los rasgos principales que constituyen al chapín legítimo; del cual, como tengo dicho, apenas quedan ya unas pocas muestras.
Talento y sabor chapín sin fronteras
