Trabajando en la cocina de un restaurante francés de Washington D.C., pudo descubrir, valorar y exaltar el valor de las raíces artesanales del negocio familiar.
Angel Ambrocio Abac está al frente de Momostipán, una empresa familiar localizada en Momostenango, Totonicapán, su pueblo de origen. Migró a EE.UU. en donde descubrió algo que antes no valoraba tanto y se trazó la meta de volver a su pueblo para cerrar un círculo de realización personal. ¿Cómo fue aquel proceso? ¿Por qué se marchó? ¿Qué le hizo volver a pesar de tener un prometedor empleo en la capital estadounidense?
“Mi papá tenía una panadería que a su vez heredó de mis abuelos. Él me enseñó este oficio, pero uno cuando es adolescente a saber qué cree y siente vergüenza a veces de que lo miren trabajando en una ocupación que parece sencilla. Sentía que mis amigos se burlaban de mí si me miraban amasando. Así que yo aprendí pero debo reconocer que no me gustaba”, relata Ángel.
Pasaron los años, tuvo una novia y se casó con ella. Tuvieron un hijo. “Yo estaba trabajando, pero la verdad, ganaba muy poco apenas para ir sobreviviendo. Pero un día ocurrió algo que a mí me dolió en el corazón: un domingo fuimos a pasear a Quetzaltenango. En un parque había un niño jugando con carrito de control remoto y m hijo lo vió. Le encantó. Quería agarrarlo, así como son los niños. Y se quedó llorando cuando no lo dejé. Tampoco tenía dinero para comprarle uno. Allí comprendí que tenía que hacer algo”.
Fue así como tomó la decisión de viajar a Estados Unidos, a trabajar. Llegó a Washington D.C. en donde empezó a trabajar en diversos oficios y ocupaciones. “Tocaba adaptarse y rápido encontré trabajo, pero no había para elegir. Uno tiene que entrarle a lo que sea”. Estamos hablando del año 2008 aproximadamente.
“Finalmente comencé a trabajar en la cocina de un restaurante muy céntrico, cerca de la Casa Blanca. Pasé por varias áreas de la cocina y un día me tocó la de repostería. Había un chef francés muy exigente que me preguntó ¿sabes hacer la masa de croissants? Le dije que no, pero que podía aprender. ‘No es tan fácil, lleva un proceso específico’, me dijo, pero me explicó. Conforme yo fui observando, me dí cuenta que se parecía mucho a la receta de un tipo pan, el pan mojado, que mi papá hacía en Momostenango y que me había enseñado a hacer. Al chef le gustó como lo hice y me quedé elaborando ese y otros tipos de pan”.
Ángel estaba sorprendido, a la vez orgulloso, de ver que aquellas enseñanzas artesanales del negocio de su familia, estaban al nivel de un restaurante de alta cocina en la capital estadounidense. “Me empecé a dar cuenta que uno tiene grandes conocimientos, grandes valores, pero que no siempre les damos su lugar. Empecé a amar verdaderamente algo que de niño y adolescente rechazaba por no darle su justo valor”.
Para poder mejorar su ingreso, Angel buscaba siempre tener dos trabajos: un sueldo le servía para pagar sus gastos de comida, alojamiento, transporte, etc. Y el otro para ahorrar y mandar remesas a su familia. Sin embargo hubo una época en que las leyes para migrantes indocumentados se pusieron estrictas y hubo muchos despidos.
“Un jefe que tuve me llamó para recomendarme en un restaurante italiano. Yo era el único latino trabajando, el resto eran afroamericanos, etíopes, rumanos, franceses e italianos. Tenía un horario de 4 de la mañana a 12 del día. Después entraba a otro turno, entre dos de la tarde yy diez de la noche. Para este segundo turno la verdad es que yo llegaba cansado y un barista me ofrecía una taza de café. Allí descubrí ese oficio y ese arte. Le pedí que me enseñara y fue muy generoso en hacerlo. Cuando salió de vacaciones, yo me quedé a cargo del área de café”.
Aunque iba muy bien laboralmente y económicamente, Ángel sentía la fuerte distancia que le separaba de su familia. En el año 2014 decidió que regresaría a Guatemala, a su natal Momostenango, sobre todo porque su padre estaba enfermo y quería verlo, hablarle, estar con él.
“Ya en Guatemala, ví la panadería familiar, Momostipán y quise darle un giro moderno: en lugar de solo vender pan, instalamos mesas para que la gente pudiera degustar un buen café. Además incursionamos en la repostería, con las técnicas aprendidas fusionadas con la tradición. Al principio fue difícil, parecía que no iba a funcionar… pero aquí estamos, aquí seguimos. Hoy vienen clientes de municipios vecinos, incluso de Quetzaltenango a llevar nuestro pan”, relata con emoción.
Angel enseña hoy a su hijo mayor el arte del barismo de café. Se siente satisfecho de haber migrado y regresado, con más conocimientos y con una nueva visión de la vida. Momostipán tiene además un espacio cultural abierto a jóvenes artistas de la plástica y otras ramas. En el exterior, un mural pintado por su amigo, el artista Alexander Ambrocio, le da la bienvenida a guatemaltecos y visitantes… también, por supuesto a migrantes connacionales que quieran disfrutar el exquisito sabor del café nacional, del cual tiene múltiples variedades para degustar.
Viviendo mi Sueño Guatemalteco de volver a vivir con mi familia.
Mi Sueño Guatemalteco
Aunque me iba muy bien laboralmente y económicamente, sentía la fuerte distancia que me separaba de mi familia.
Reconocer
Valorar y exaltar el valor de las raíces artesanales del negocio familiar
Trabajar
Hacer lo amo, que me enseñaron mis padres.
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Enseñar el valor de las raíces artesanales.