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Dentro o fuera de Guatemala nos desplazamos en busca de trabajo, de oportunidades, de la vida misma.

Por Francisco Morales Santos, Premio Nacional de Literatura de Guatemala 1998
Imagen ilustrativa: Armando Seb

Era una noche muy oscura. Mi padre había conseguido trabajo como jornalero en una finca a unas cuatro leguas de San Lorenzo El Cubo, cerca de Antigua Guatemala, Sacatepéquez. 

Por alguna razón que todavía desconozco, él dispuso viajar por la noche a lo que sería nuestro nuevo hogar. Para llegar había que transitar a pie por un camino angosto hasta llegar a la llamada  “cumbre de Medina”, donde había varios cipreses añosos. Era aquella la soledad de la noche que en su silencio atestiguaba el desplazamiento de una familia en busca de mejores condiciones de vida.

Mi hermana Isabel llevaba un canasto con granos a la cabeza. Yo, por ser más pequeño, iba montado sobre un costal con maíz que mi padre llevaba a mecapal.

 De repente mi hermana tropezó con unas raíces de ciprés y tanto ella como el canasto rodaron. Quizá cualquier padre le habría regañado por haber botado el frijol que llevábamos quizá para comer al otro día. Pero solo le preguntó si se había lastimado, si estaba bien y le ayudó a levantarse.

De la bajada y el resto de nuestro viaje por un camino más amplio, no recuerdo nada. Din embargo, fue a partir de aquella pequeña tragedia en la oscuridad y el silencio que tomé conciencia de nuestra realidad: pobres, sin casa propia ni dinero. Con el tiempo llegué a tomar conciencia de que la nuestra fue una de las tantas migraciones internas que han ocurrido en Guatemala y que también forman parte de su historia, aunque no se sepan nombres o detalles.