La cantautora maya kaqchikel Sara Curruchich prosigue su exitosa gira en Europa. Se presentará próximamente en París, Roma y Helsinki. Entrevistada desde el sur de Francia
“Cuando voy a cantar no lo hago sola: siento que me acompañan mis abuelas y muchas mujeres más”. Así lo afirma Sara Curruchich, la primera cantautora indígena guatemalteca en llevar sus canciones en kaqchikel a escenarios internacionales.
Desde el sur de Francia, donde hace una escala de su gira, cuenta que en 2024 realizó 55 conciertos —algunos incluso dobles y triples en un mismo lugar— y que en lo que va de 2025 ya suma 25 presentaciones en Europa.
El 8 de octubre se presentará en París, el 10 en Roma, el 6 de noviembre en Finlandia, y el 20 de noviembre en Antigua Guatemala. Su voz, convertida en símbolo de amor, conciencia y resistencia, sigue viajando como un mensaje de esperanza.
La entrevista: "Soñar es un acto de dignidad"
Sara, ¿en dónde te encuentra esta conversación?
Ahora mismo estoy en el sur de Francia. Venimos de una gira de verano bastante intensa y ahora estamos en una pequeña gira de otoño por acá en Europa. Es un recorrido hermoso, porque además de cantar, uno va conociendo personas, culturas y aprendizajes que se quedan en el corazón.
El año pasado hiciste 55 conciertos, ¡es impresionante! ¿Cómo va este año?
Sí, fueron más de 55 porque en algunos lugares nos presentamos dos o hasta tres veces. Este año, solo en verano, ya llevamos 25 presentaciones. Ahora sigue esta nueva etapa con mucha ilusión, porque vienen escenarios nuevos, como Finlandia, donde nunca he estado. Eso me emociona mucho: poder llevar el kaqchikel a territorios donde se escuchará por primera vez.
¿Cómo es pararte en un escenario donde quizá nadie habla tu idioma?
Siempre hay nervios, eso no se quita. Pero cada concierto se convierte en un momento único. A veces son miles de personas y otras veces apenas 20 o 15. Pero en todos los casos siento el mismo calor humano.
Mucha gente me dice: “No entendí la letra, pero sentí lo que transmitiste”. Eso me confirma que la música es un lenguaje universal, un idioma de amor que va más allá de las palabras.
¿Cómo es la experiencia en esos conciertos más “pequeños” pero que a la vez te permiten mucha cercanía con el público?
Esos espacios son muy especiales. Cuando el público está tan cerca, casi a un metro, se siente como desnudarse el alma. Podemos escucharnos mutuamente, platicar, mirarnos a los ojos. Hay una conexión más directa que también me alimenta mucho. En los conciertos grandes, la emoción del escenario es valiosa y emotiva también.
Tu música ha crecido y ha llegado muy lejos en pocos años. ¿A qué atribuyes esa conexión?
La clave es compartir siempre desde el corazón. Cantar con el alma, creyendo profundamente en lo que hago. Pero también hay mucho trabajo detrás: ensayos, organización, disciplina.
El arte es sensibilidad, pero también requiere profesionalización. La suma de todos esos ingredientes hace posible que la música llegue como queremos.
¿Alguna vez en tu camino como artista, hubo algo que te hiciera pensar dos veces en ser cantante?
Sí, claro, varias veces. Y no solo al inicio. Vivimos atravesadas por violencias, agresiones, críticas injustas. Eso te hace preguntarte si vale la pena. Pero al ver la respuesta de la gente, la conexión, la emoción, hay que seguir. He tenido momentos de duda, de cansancio, pero al final pienso en la terquedad hacia la música y hacia los sueños. Persistir en los sueños es también un acto de dignidad.
¿Qué significa para ti persistir en este sueño de la música y el arte?
Las niñas, los niños, las juventudes de nuestros pueblos tienen derecho a soñar y a expresarse. El arte siempre ha estado en nuestras comunidades, aunque lo persigan o intenten invisibilizarlo.
Para mí, persistir es abrazar algo que nos pertenece. Yo no quiero parar, porque parar sería darles la razón a quienes quieren silenciarnos.
Eres un referente para jóvenes artistas. ¿Cómo ves esa responsabilidad?
Es algo muy bonito y también muy fuerte. Porque cuando una mujer indígena llega a un escenario internacional, muchas niñas y jóvenes ven que también es posible para ellas.
Yo misma me inspiro en compañeras que me han abierto caminos. Entonces no estoy sola: canto con las voces de otras mujeres, de mis abuelas, de quienes soñaron antes que yo.
Desde fuera, ¿cómo miras a Guatemala?
Siempre pienso en la calidez de su gente y de sus pueblos. En su dignidad. Por eso también me duele la migración y la persecución que viven muchas comunidades. Guatemala la hacen sus pueblos, y muchos de ellos están siendo criminalizados.
Eso no es normal, y no está bien. Creo que todas y todos tenemos una responsabilidad amorosa de hablar, de no callar, de visibilizar lo que pasa.
Y en medio de toda esta gira por tantos lugares, ¿sigues componiendo?
Siempre estoy anotando frases, ideas, melodías. A veces en el camino, en un aeropuerto, en una sobremesa después de un concierto. Luego necesito tiempo para madurarlas, pero todo lo que vivo se convierte en canción. Al final, componer también es una forma de sanar.
Para cerrar, ¿qué mensaje dejas en medio de esta gira tan intensa?
Que cuando llega la tristeza o la frustración, siempre podemos volver a la raíz. Allí está la fuerza para levantarnos y seguir. Persistir en los sueños es también un derecho, y yo creo profundamente en eso.
Sara Curruchich lanzó su primer álbum en 2019. Actualmente desarrolla la gira Mujer Indígena, que le ha llevado por Canadá y Europa, en festivales, centros culturales y foros de concierto. Su música está tocando almas y corazones al otro lado del océano.
Con la fuerza de los pueblos de Guatemala
