Detrás del éxito del salvadoreño Elmer Meléndez hay muchísimos años de trabajo y también el apoyo incondicional de su esposa Delmy.
Por más de dos décadas, el migrante salvadoreño Elmer Meléndez ha cocinado algo más que platillos: ha cocinado oportunidades. Llegó a Estados Unidos desde El Salvador en 1999, junto a su esposa Delmy y sus hijos, buscando seguridad y un mejor futuro educativo para su familia.
Lo que empezó con un empleo modesto como lavaplatos en Massachusetts, se transformó con los años en una historia de perseverancia, trabajo incansable y amor por la comunidad, toda una lección de superación migrante.
Hoy, Meléndez es fundador y copropietario de cuatro restaurantes en el centro de Massachusetts —Dario’s Ristorante, Tacos Tequila y dos sedes de Bandoleros en Devens y Concord—, espacios que reflejan no solo su pasión por la cocina, sino también su deseo de crear lugares donde la comunidad se sienta bienvenida, celebrada y en casa.
El primer paso de su carrera comenzó en los fogones de un restaurante italiano donde, tras aprender cada oficio posible —lavar platos, preparar ingredientes, atender catering—, terminó comprando el local y convirtiéndolo en Dario’s, una pizzería que mantuvo su nombre original por razones económicas, pero que él y su esposa Delmy transformaron en sinónimo de buena comida y ambiente familiar.
Después vino la expansión. Aunque Elmer y Delmy son salvadoreños, la cultura y gastronomía mexicana siempre los habían fascinado. Notaron que en su zona no había restaurantes mexicanos con la calidad que imaginaban, y de esa observación nació Tacos Tequila, un espacio vibrante que pronto se convirtió en punto de encuentro local. El éxito los impulsó a abrir nuevos proyectos bajo la marca Bandoleros, consolidando así una pequeña red de restaurantes que hoy da empleo, identidad y sabor a varias comunidades.
Más allá de los menús, Elmer y Delmy se han distinguido por su filosofía empresarial: compartir el éxito. En sus locales, los trabajadores participan de un programa de reparto de utilidades que incluye a cocineros, chefs y gerentes. La pareja cree que cada persona que contribuye al servicio merece crecer con ellos, y ese enfoque humano ha convertido a su equipo en una verdadera familia laboral.
Elmer no oculta que el camino fue arduo. Durante sus primeros años en Estados Unidos llegó a trabajar más de 90 horas semanales, con pocas horas de sueño y escaso tiempo para ver crecer a sus hijos. Pero en lugar de rendirse, con mucha fe, transformó el cansancio en motivación. Su lema personal —que el trabajo constante es la verdadera receta de la suerte— lo ha acompañado en cada etapa de su vida empresarial.
Su conexión con la comunidad de Fitchburg, una ciudad trabajadora a una hora de Boston, ha sido fundamental. Desde su primer restaurante, Meléndez apostó por revitalizar la zona, ofreciendo empleos y creando espacios que atraen a familias, estudiantes y visitantes. Su presencia ha contribuido a darle nueva vida a la calle principal y a fortalecer el sentido de orgullo local.
Para Elmer, el éxito en la industria gastronómica no se mide solo en ventas o premios, sino en el impacto positivo sobre las personas. “Cuando entra un cliente que no veía hace años y vuelve con su familia, ahí está la verdadera recompensa”, suele decir a quienes lo rodean.
Su historia resume lo que muchos llaman el “sueño americano”, pero en versión trabajada a pulso, con acento salvadoreño y aroma a pizza recién horneada o tacos al pastor. Desde aquel joven que llegó al país sin contactos ni dominio del idioma, hasta el restaurantero que hoy inspira a otros migrantes, Elmer Meléndez ha demostrado que con disciplina, humildad y pasión se puede construir un legado —uno que se sirve en cada plato y se celebra en cada mesa de Bandoleros.
Talento centroamericano en USA













