La alegría de recibir a un familiar migrante que regresa es tanta que hace llorar. Cada bienvenida es única, a veces esperada durante años y décadas.
A diario la puerta de llegadas del aeropuerto internacional La Aurora en Guatemala es una turbina en donde se aceleran las emociones: un reactor nuclear de memorias, compresión molecular de corazones que produce una valiosísima gota de agua en los ojos.
Se fue a trabajar por dos años y se quedó doce. Quería regresar pero no había arreglado papeles. Arregló papeles pero no lograba permiso del trabajo. Trabajó y trabajó para ayudar a su familia. Y nadie de la familia quiso quedarse en casa a esperar.. todos querían venir.
La bienvenida tan añorada
¡BIENVENIDO HIJO! dice en un globo transparente que parece un planeta de bienvenida: una esfera en la cual el punto de retorno llega por fin después de una circunnavegación de años, a veces décadas.
En el área de salida de pasajeros del aeropuerto La Aurora llegan turistas, viajeros asiduos, gente de negocios, pero también migrantes guatemaltecos que vuelven al país.
Todos juntos en el corazón
Padres, madres, hermanos, hermanas, primos, abuelos, hijos reciben al padre, madre, hermano, hermana, primo, abuelo, abuela, hijo que se marchó en busca de un futuro, de una oportunidad de trabajo, de unos dólares que costaron sudor, penuria, añoranza y sobre todo distancia.
Pero todo ha valido la pena, estamos de vuelta con la gente que más nos quiere: de donde venimos y para quienes nos esforzamos: la familia.
Tantas conversaciones pendientes...
No importa el número del vuelo, ni de la ciudad de donde partió. Casi podría decirse que la gran alegría de volverse a ver hace que no importe el tiempo pasado desde que se marcho.
Pero sí importa: hay cabezas más canas, arrugas, rostros que eran de niño y ahora son de joven. Familiares nuevos que solo se conocían por foto o videollamada. El pueblo ha cambiado mucho. Pero todavía existe aquella venta de tamales que tanto te gustaban. El parque lo cambiaron. Allá donde jugabas ahora hay un edificio… Tanto qué conversar en el camino a casa.
¡Ahí viene!
La espera es permanente a la puerta del aeropuerto, solo cambian los grupos de personas. Algunos pagan microbuses desde el oriente y el occidente, para venir a ver a la persona recién llegada, que a veces viene con su familia, con hijos, nietos, sobrinos, que no conocían la tierra de sus abuelos.
Cuando por fin asoma el recién llegado, lo atrapan los abrazos en la puerta. Se forma un cuello de botella en el que se acumulan nostalgias y hasta la pregunta ¿es verdad esto? ¿No estoy soñando?
¿Cómo está mamá? (y luego los sollozos)
-¡Abran paso señores, hay más viajeros saliendo!, insiste un encargado aeroportuario.
Pero el abrazo de una madre a su hijo, con todo y lágrimas y sollozos, no oye nada.
Es el instante añorado por el viajero que regresa, con una carreta llena de maletas, de historias, de sentimientos encontrados.
La bienvenida en el Aeropuerto La Aurora es cotidiana pero no una rutina: cada llegada, cada abrazo son únicos
Años comprimidos en segundos
A diario la puerta del aeropuerto se convierte en una embajada ambulante de una aldea distante. Es un portal interdimensional que convierte la ausencia de diez años en un abrazo de diez segundos. Si todavía está mamá, papá o el abuelo, seguro vino también a dar la bienvenida. Y si murió durante la ausencia, se notará al instante su vacío.
Luego más sonrisas, más preguntas. ¿Qué tal el vuelo? ¿Tenés hambre? Globos en mano, el migrante se va victorioso con los seres que más ama, los que siempre lo esperaron y los que realmente no quieren ni necesitan ningún regalo: ese padre, madre, hijo, hija, hermano, hermano ES EL REGALO!
Migrantes ponen en alto a Guatemala













