¿Dónde donde, dónde? ¿Dónde encontraré a Dios? ¿Existe? Es una cuestión muy humana preguntarla, sobre todo en situaciones adversas, quizá lejos de la tierra natal, como migrante.
Por Guillermo Delgado O.P. Fraile Dominico.
¿Dónde donde, dónde, donde? ¿Dónde, encontraré al Señor? Lo busco entre las estrellas y me canso de mirar, lo busco en el cielo inmenso y no lo puedo encontrar… Búscalo en el niño pobre que no tiene que comer, búscalo en la madre enferma que se muere sin querer. (Canto de meditación en la tradición católica).
Cuándo soy yo quien se siente desamparado: ¿Cómo refugiarme en Dios?
Lo primero es buscarlo. Él está en todo lugar. La primera gran obra suya es la creación.
Ese es el templo donde se da a conocer. Por eso está en el infinito azul del cielo, en el humus de la tierra fértil, en la música de las flores que anuncian la cosecha; está en el llanto del niño y en el descanso apacible del obrero después de su jornada de trabajo. Con razón San Francisco de Asís bendecía a Dios por todas las criaturas del universo.
Hay que entrar al templo
Estemos donde estemos siempre hay un lugar
Además, de lo anterior, necesitamos un lugar sagrado más concreto que facilite el silencio, que facilite el recogimiento interior y la oración. Esos son los templos de la ciudad. Ahí donde se reúnen los creyentes; quienes se consideran de origen y destino divinos. Ahí donde se reúnen quienes comprenden que no son dueño del mundo y de su destino. En el templo se capta la luz que irradia hacia el interior y un sentimiento hondo de dependencia hacia Dios.
La única condición para entrar a un templo es que esté abierto. De hecho, esa es una característica principal de los templos: Que esté abierto, como los brazos de un padre bueno.
Recomiendo, entrar al templo más cercano para orar, para sentir el silencio de la presencia del Creador del Universo. El templo es el lugar para estar en la soledad de Dios.
Unirse a otros que buscan para ser comunidad
En un segundo momento, hay que unirse a la celebración común. De tal modo que la oración de todos los presentes genere una atmósfera o ambiente de fuerza espiritual. No importa si quienes están en el templo son o no personas conocidas. O si estamos en un país que no es nuestro.
El hecho de estar dentro indica que en cierto modo somos conocidos e identificados por Dios mismo como hijos suyos. Nadie es un extraño en un templo, porque ese es un lugar preferencial para quienes son sostenidos por el Padre de todos. Lo que importa es validar con nuestra presencia que estamos delante de aquel que nos conoce a todos y a cada uno por su nombre.
Nadie es extraño para Dios en ningún lugar. En la tradición de los judíos, Dios siempre atiende y escucha la voz y la preocupación del forastero, del extranjero, del huérfano y de la viuda. Dios se da a conocer a todos a partir de la atención preferencial que establece con los desamparados y necesitados.
Aprender de los que llegaron antes
“Donde fueres, haz lo que vieres”, dice el refrán.
Cuando vivimos en un lugar que no es el nuestro, es mejor asumir la realidad que ahí encontramos. Eso significa, evitar imponer las costumbres que vienen con nosotros. Es conveniente unirse al ritmo de quienes ya están ahí. El ritmo de aquellos que llegaron primero son punta de lanza. Ellos abrieron camino para quienes vamos llegando. Con lo cual ya vivieron lo que ahora nosotros estamos viviendo.
En cierto modo, todos somos extranjeros. Aún más, con la brevedad de la vida sabemos que estamos de paso en este mundo. Nada nos pertenece.
Estos son los modos de cómo Dios ordena a su pueblo y lo va guiando. Solo hay que abrir los ojos del corazón para comprender y hacer las cosas de acuerdo con lo que ahora buscamos y hemos hallado en este nuevo lugar donde ahora acontece nuestra vida.
Febrero de 2024