Santos Ramírez es un migrante guatemalteco que trabajó en una granja de Pensilvania para pagar una deuda pero tuvo que regresar a su natal San Juan Comalapa debido a un triple compromiso. Esta es la historia.
Santos Ramírez tiene 39 años. Nació y creció en la aldea Agua Caliente, en las montañas de San Juan Comalapa, Chimaltenango, una comunidad agrícola y pecuaria en donde se dedica al cultivo de moras, güicoy y maíz, pero además junto con su esposa, fabrican quesos artesanales que sale a vender en el mercado local.
“Vamos sobreviviendo, poco a poco, lo más importante es que estoy con mis hijos, los estoy viendo crecer y estoy junto a ellos. ¿Pudo quedarse en el estado de Pensilvania donde estuvo trabajando? Sí. ¿Le iba bien en el trabajo? Sí. ¿Por qué volver, cuando muchos paisanos optan por no regresar? Por una deuda.
"Papá murió cuando yo tenía 11 años"
A Santos le gustaba mucho ir a la escuela. El cuarto de seis hijos. Tenía tres hermanos, un hermano mayor y otro menor. Su papá era comerciante y solía vender lazos, mecapales y otros utensilios. Le enseñó a trabajar.
“Pero mi papá murió a causa de una enfermedad pulmonar. Yo tenia 11 años. Mi mamá trabajó el doble para sostenernos. Mi hermano mayor cultivaba la tierra y para ayudarlo yo tenía que dejar la escuela. Estaba en quinto primaria. Pero hablé con mi maestro y él aceptó que fuera solo tres veces por semana a clase, para trabajar los otros días. Me dejaban tarea para la casa y así saqué sexto primaria. Quise seguir los básicos, pero ya no fue posible. Mi hermano murió en un accidente dos meses después de mi papá. Eso fue como en 1996”.
Por consejo de amigos de la aldea, Santos empezó a cultivar moras para exportación. No era sencillo ni llegaba el ingreso hasta que vendía la fruta. “En eso ocurrió lo de las Torres Gemelas en 2011 y nadie compraba la mora. Todo se perdió”. Tuvo que buscar otras ocupaciones para sobrevivir.
"Operan de emergencia a mi esposa"
Pasó el tiempo. Santos formó un hogar. Tiene 4 hijos. Su esposa comienza a padecer de un dolor abdominal. Gastamos en doctores, laboratorios y más exámenes. Un médico le dijo que tenía cáncer. Más exámenes, más doctores, más gastos. Finalmente se comprobó que tenía cálculos biliares.
“Había que operarla. Pero no tenía mucho dinero. Y ella dijo, no. Pero se agravó y vino la emergencia. Yo andaba viendo que arreglaran con tractor la carretera, que estaba muy mala, cuando me avisan. Tu esposa se puso mala. Yo llamé: ¡Que la lleven a un sanatorio! Y la operaron. Fue carísimo. Tenía un pequeño ahorro para un terreno. Se fue. Hice un préstamo. Y la cosecha fue mala aquel año”.
Por eso, cuando ella se recuperó un poco, decidí irme a Estados Unidos. Ella no quería pero no había de otra. Le prometi´que regresaría en dos años. Y lo mismo a mis hijos. Y en la iglesia, ante el Santísimo, le pedí que me ayudara y que en dos años regresaba. Un triple compromiso.
12 mil pollos empacados y un sueño
Corría el año 2015. En una semana Santos logró llegar a la casa de unos primos migrantes que vivían en Pensilvania. “Me dijeron no salgáis de la casa. pero yo me fui caminar. En una gasolinera compré una bolsita y una gaseosa. Me senté. Un señor se me acerca y me pregunta.¿Y vos que andas haciendo aquí a esta hora? Ya era por la tarde.
-Vine a trabajar, le dije
¿Querés trabajar hoy?, me preguntó. Sí, claro y me llevo a una granja de pollos. Él era salvadoreño. El trabajo era agarrar los pollos y meterlos en cajas de 12 en 12 para echarlos en camiones. Al principio me costaba, pero luego agarré práctica y los agarraba de 2 en 2. Aquel día trabajé solo una hora y me pagaron”.
Se quedó trabajando allí durante los dos años. Todos los días llamaba a sus hijos, les preguntaba cómo se portaron, cómo iba la escuela. “Me volví muy bueno agarrando pollos y encajándolos. Un día empaqué 12 mil pollos en una tarde”.
El momento más feliz de su vida
“El tiempo pasó volando”, dice Santos. Se logró pagar todas las deudas y empezó a ahorrar. A finales de 2018, en una llamada sus hijos le dijeron: “Papa ya pasaron 2 años. y prometiste regresar en dos años.
“¿Para qué quiero más dólares si no veo crecer a mis hijos si no estoy con mi esposa? Ellos están sanos ahora, están bien y yo quiero vivir eso con ellos,”. Compró un boleto de avión y volvió el 16 de diciembre de 2017. “Fue el momento más feliz de mi vida volvr a abrazarlos. Hoy seguimos luchando, la economía no es fácil, pero estamos juntos”.
Santos continuó dedicándose a la agricultura. En 2020 llegó la pandemia. Nada se vendía. Los mercados estaban cerrados. Se dio cuenta que muchos vecinos de la aldea hacían quesos y no los estaban vendiendo.
“Les dije que se los compraba a un precio que les dejaba costo y algo de ganancia. Me iba a vender, de cada en casa, en los caminos. Dejaba mi teléfono para que pidieran más. Y así pasó casi un año. Regresó la normalidad pero con mi esposa empezamos a hacer nuestros propios quesos”.
A la fecha, Santos nunca se ha arrepentido de haber regresado. Aconseja a sus hijos, los ve crecer. A sus niñas les gusta el futbol y su hijo quiere seguir aprendiendo. “Quiero darles la oportunidad que yo no tuve, pero sé lo que es crecer sin un papá y por eso quiero estar aquí para ellos”.