El migrante guatemalteco William Velásquez es un emprendedor en Oklahoma. Vivió etapas difíciles de juventud. Se equivocó. Rectificó el camino y da testimonio de que siempre se puede cambiar.
William Velásquez es un migrante y emprendedor guatemalteco, que lleva 24 años de vivir en Oklahoma y más de tres décadas en Estados Unidos. Se siente orgulloso, feliz, de tener una familia unida, alegre. Pero para él la perspectiva no siempre fue así. Tuvo una adolescencia difícil y una juventud aún más complicada. Lo reconoce. Pero aprendió de los errores y se comprometió a no repetirlos: ese es el secreto de su éxito.
William vivió en la colonia la Florida, zona 19 de Guatemala. Luego se trasladó a la zona 18, un área popular en donde surgieron pandillas en la década 1980. Él era un muchacho inquieto, de 14 años de edad. A temprana edad se vio involucrado en problemas de alcoholismo, situación que lo limitó por muchos años.
Súbita decisión de migrar
Con amigos conversaba William acerca de la pobreza, limitaciones y también de la violencia imperante en los barrios. Al calor de las copas uno de sus amigos le dio la idea de migrar hacia los Estados Unidos. Sin meditarlo salieron en grupo esa misma noche rumbo a la frontera, sin avisarle a nadie. Tenía 15 años.
La decisión fue rápida, llegar no. «Pasamos hambre, frío, casi nos capturan. Mi amigo dudó y quiso regresarse pero yo lo animé a seguir. Así llegamos a San Diego California». Un mecánico les brindó agua y comida, también trabajo y un lugar donde dormir. William se dedicó a limpiar herramientas y su amigo conocía algo de mecánica. Tiempo después siguieron su camino.
William disfruta mucho de fotografiar los celajes de los atardeceres en Oklahoma, como un homenaje a la vida, como una forma de contemplar a Dios. Admírelas.
Sin dirección, sin planes, sin techo, sin esperanza
Un guía que encontraron en México le dijo al grupo de amigos migrantes que si los detenían las autoridades, debían decir que vivían en una dirección que todos memorizaron. En realidad no era un dirección, sino un código referente a la pertenencia a una pandilla. Pero ellos no lo sabían. El «guía» sí pertenecía a una mara y al objetivo era llevarlos con otros fines. Sui embargo, este guía se perdió en Mexicali, suceso que dejó solos a William y a su amigo.
Después de haber laborado en mecánica, también trabajaron en construcción. Eso les permitía trabajar por día, se colocaban diario en la parada donde un vehículo los recogía a él y a otros migrantes. Pero muy pronto William se desesperó. No quería continuar así.
La amistad se desvaneció y los problemas de convivencia fueron en aumento. William decidió dejar el apartamento que compartían, pero no tenía a donde ir. Vivió por más de dos meses en la calle; durmiendo bajo puentes, en parques y a veces, familias que lo acogían. Le pedía a Dios una oportunidad y se encontró con un señor que buscaba obreros para cosechar campos de almendras. Daban techo y comida.
Una decisión que marcó su vida
William reconoce que a los 19 años no supo elegir sus amistades. Y terminó formando parte de un grupo de gente que efectuaba actividades no necesariamente legales. Sin embargo, pertenecer a una “ganga” o pandilla parecía ser una forma de contar con apoyo de «amigos». Lamentablemente años después esto solo le acarreó problemas.
Finalmente fueron capturados por la policía, afrontó cargos legales, estuvo dos años en prisión y fue deportado a México. Ya tenía familia e hizo de todo para poder regresar. A los 31 años le diagnosticaron diabetes. Nadie le apoyó. Excepto su familia y este amor fue fundamental para su transformación personal.
El Chapincillo inspira con acciones
Se mudó a Oklahoma en donde empezó a trabajar en la pintura de casas, después conoció una empresa de suplementos alimenticios que le permitió llegar a tener una franquicia, con la cual vive y crece hasta ahora. Transformó totalmente sus hábitos alimenticios, mejoró sus relaciones, estableció metas inspirándose en brindar un mayor bienestar a su familia. Tiene seis hijos y ahora ya es abuelo.
Hace más de tres años empezó asistir y a servir a la iglesia cristiana de su sector, en enero del presente año tuvo un lazo importante con Dios y tres de sus hijos, fueron bautizados. Su hija se graduó este año de High School y sigue adelante con sus metas. Pero dos son las principales. Primero regularizar su situación migratoria y segundo, compartir su experiencia con jóvenes.
Adoptó el sobrenombre de «El Chapincillo», por el orgullo que siente de ser guatemalteco y con el cual le conocen muchos amigos y clientes.
Quiere volver a abrazar a su mamá
Hace 32 años que William no ha podido abrazar a su mamá y sueña con reencontrarsecon ella en Estados Unidos. Ahora él tiene 49 años de edad. Desea poder escribir un libro que sirva de ejemplo para aquellos que no encuentran un objetivo, porque sabe que muchos jóvenes en Guatemala están en riesgo de caer en las pandillas o en vicios a causa de descontentos y limitaciones. “Puede haber muchos a tu alrededor para apoyarte o desviarte, el único que tiene la decisión de cambiar es uno mismo”, declara.