Comunicador y promotor cultural momosteco Germán Ajanel, propone una reflexión en clave de súplica, acerca de la perspectiva del migrante guatemalteco, las carencias que obligan a su partida y el anhelo de regresar algún día a su tierra.
Por Germán Ajanel
No sé si fue mi fe, la de mi amada, la de mis hijos o la de mi madre, quizás fueron todas.las súplicas juntas, las que hoy permiten escribir estas líneas.
Lo único que me quedo fue el silencio, pues ya no hubo más amigos, fiestas o borracheras que pudieran ocultar ese grito que desgarraba mi corazón.
Cada mañana era difícil levantarse y pensar en el futuro, ver a los míos pasar necesidades, ver cómo se encaminaban a la escuela para prepararse, con un futuro incierto, pensar en ese título que colgaba de la pared, que era el orgullo de la familia, pero no servía para un trabajo, pues acá no hay posibilidad de trabajo, sino es por cuello o pisto para pagar por el puesto.
Entre todos luchábamos por llevar el pan diario...
… Cada noche reunidos en torno a la mesa escuchando la súplica de mi madre, y teniendo la esperanza de que mañana sería mejor.
La pobreza, la marginación, la falta de oportunidades, la corrupción,.la violencia, la tristeza, la amenaza era cada día, el pan nuestro.
Solo había un sueño, solo era uno, y era ser feliz.
Pero cómo cuesta ser feliz en un país con muchas oportunidades pero lamentablemente todas ellas vendidas o corrompidas.
Cómo cuesta ser feliz en un país con una gran riqueza pero en manos de unos pocos y quiénes deciden si dan o no oportunidad.
Cómo cuesta ser feliz en un país que te roba los sueños. Pero ahí fue donde llegó un sueño más, no era cualquier sueño, quizás era una pesadilla, desperté, supliqué y entonces decidí.
Tuve que marchar, decir adiós....
….Y buscar aquel sueño, aquella tierra que me daría la opción de ganar dinero, aunque perdiera mi vida, mis sueños, mis anhelos, mis momentos más felices compartidos en familia.
Y entonces ahí sólo quedo el silencio y el recuerdo.
Me arme de valor, le conté a mi madre, le dije a mi esposa que tenía que irme para que los niños tuvieran una posibilidad, aquella que yo no tuve. Ella lloró y suplico buscar otra opción pero ya no había más.
En la esquina de mi casa un altar y mi madre sollozando suplicaba porque todo fuera bien, me abrazó, me bendijo, y con su voz entrecortada me pidió que regresara pronto, que ella estaría esperándome, así como cada día lo hacía. Se que se fue llorando a suplicar al Dios del cielo.
No fue fácil el camino, no fueron fáciles los días de viaje, no fue fácil llegar y empezar, no fue fácil encontrar ese trabajo. Ante cada dificultad lo único que me alentó fue esa oración que de rodillas, de pie, mojado, o con sed elevé al cielo, a la tierra, la súplica de mi corazón.
Y al parecer mi súplica fue escuchada...
Y al parecer fue escuchada porque buscando llegó el trabajo, la oportunidad.
Pero ahora suplico de nuevo porque todo esto tenga sentido, que mis hijos crezcan, se preparen y tengan la oportunidad que yo siempre quise para mí. Que ellos alcancen mejores puestos.
Suplico nuevamente que la distancia no nos haga daño, que mi ausencia no les afecte, y que todo lo que con esfuerzo envío, sirva para ser mejores personas, suplico porque a mí regreso pueda abrazarlos a todos, especialmente a aquella mujer que suplicante deje frente al altar de la casa, para que sus lágrimas puedan enjugarse, y con ese tierno abrazo pueda escuchar que me dice: «Ya veniste mijo».
Hoy solo queda eso, por ello suplico, cada día suplico.