Por Walter Villatoro, cantautor y cineasta migrante guatemalteco radicado en San Diego, California
Éramos una familia feliz. Hace no muchos años, cuando Anthony, mi hijo era un niño, solía jugar con sus vecinos, era pura alegría todo el día. De pronto se unió a ellos otro niño vecino.
Vivía a algunos cuantos metros de distancia de nuestra casa en Coatepeque. Llegaba todos los días a jugar, su nombre: Franklin Quintanilla. De inmediato, con humor infantil, de inmediato lo bautizaron con el apodo de “Picoro”. A la hora de la comida, era para nosotros alegría verlo comer a la par de Anthony. Pero al papá de Franklin -a quien llamaban el Negro- un muchacho de pocas palabras, no le gustaba que su hijo saliera. Y según contaba Franklin, siempre lo recibía con golpes.
Pasaron los días.De pronto corrió con la noticia que le habían quitado la vida al Negro, allá frente a una iglesia. Franklin, ya no volvió a su casa y su mamá le dio la libertad de crecer con nosotros. Fue así, como Picoro, se hizo un miembro mas de la familia Villatoro. Siguió creciendo hasta hacerse un jovencito. Yo como siempre viviendo y trabajando entre Estados Unidos y Guatemala.
Por no tener mi apellido, no lo pude traer legalmente a éste país del norte y cuando ya me disponía a traerlo de otra manera, me habló mi hermano Hever. Me dijo que lo necesitaba en Atlanta Georgia y fue así como Franklin llegó a Atlanta.
Por allá estaba muy feliz, estaba prosperando muy bonito y siempre muy agradecido con mi esposa Cristina. “Gracias a usted, soy lo que soy”, solía decirle. “Me sirvieron sus regaños y consejos, ya no sé ni cuantas veces la llamaron de la escuela para darle quejas mías, pero gracias por haberme aguantado y ya ve, hicieron efecto sus concejos. Entre risas y recuerdos fue pasando el tiempo”.
De pronto Franklin enfermó. ¿Que tiene m’ijo doctor? preguntó Cristina. El doctor en voz baja le contestó: Cáncer. Ella estalló en llando, pero agarró valor para darle aliento. Te vas a levantar mijo le decía y el contestaba que sí. Pero el cáncer lo fue inmovilizado día tras día.
Cristina le tomaba la mano y le decía, si me estas escuchando, apriétame la mano, pero Franklin ya no respondió. Cristina le animaba diciendo: M’ijo no me podes dejar sola, dijiste que me ibas a cuidar cuando fuera ancianita”.
Falleció Picoro y yo en lo personal te digo: ¡Gracias por todo m’ijo, nos dejaste llorando a Anthony, Vanessa, Cristina y ya mi. Ya voy para Tennessee otra vez, pero esta vez ya no vas a ir con migo y ya no me vas ayudar a manejar. Te quiero mucho papi. Me dejaste bonitos recuerdos por ejemplo esta foto de los 15 años de Vanesa, que está al centro; Cristina y atrás de ella, Anthony. Y allí cerca de mí, estás tú y se que siempre estarás con nosotros. Hasta pronto m’ijo.
