Reinventarse a toda edad, valorar el poder del arte y también de las raíces en el tiempo constituyen elementos valiosos de esta reflexión de Carlos Martínez, arquitecto, que muchos podrían compartir.
Recordar es casi como volver a vivir… entonces aceptar los años con dignidad. A veces la soledad nos tiende la mano como una amiga; el silencio, si lo escuchamos, puede transformarse en música, y la melodía en arte.
A lo largo de la existencia, mantenerse productivo no siempre es sencillo. En la creación, el declive se hace más visible: cuando ya no se posee la virtud del pasado y que tampoco se logra captar el espíritu de la época, de manera que todo puede desmoronarse como un castillo de arena.
Las pruebas no necesariamente son derrotas sino ellas también pueden llenarnos de energía. Lo mejor que podemos hacer —este fin de semana o cualquier día— no es pelear contra el tiempo ni los años, sino aprovecharlos.
La eterna primavera chapina que tanto añoro
Cada amanecer en mi ventana me recuerda esa lección: el Sol sale con la misma humildad, cada mañana, no es él quien te olvida, ese fugaz instante contiene toda la belleza del mundo y lo damos por adquirido, y sin embargo, cada día es más bien, extraordinario.
No sería noticia de primera plana decir que el planeta atraviesa un período incierto, donde los puntos de referencia se desmoronan. De hecho todas estas convulsiones me afectan. Pero el arte me abre el alma a la poesía, me permite evacuar sin rabia ni violencia.
Y cuando pienso en mi origen, llevo conmigo la belleza de otros lares y paisajes, de otro mundo; como lo pregona el eslogan de los Chapines: la eterna primavera, que tanto añoro, así como los segundos y las bendiciones de un viaje que aún no ha caducado.
Entonces culturalmente y el hecho de hablar varios idiomas es una riqueza que merece ser defendida, no solo por amor a la nuestra, sino por respeto a la diversidad del alma humana. Aprender otro idioma, es descubrir un nuevo mundo, otra cultura, de modo que defender nuestra lengua es ofrecer un regalo a la humanidad.
El arte es un salvavidas
Tras haber estado muy unido a mi madre (—ella fue mi fuerza y refugio—), con su partida a la venerable edad 92 años (en 2016 y nunca la olvido) seguidamente me ahogo un silencio sin réplicas y sin nadie con quien compartir, siempre he tenido presente su valeroso legado, ella me enseñó la resiliencia con la existencia y así amarla.
Es una gran paradoja: el arte fue el vínculo con mis padres y, al mismo tiempo, el impulso a mi independencia. Creo, como decía Freud, el arte es la más alta forma de sublimación. En mi vida, el arte me ha liberado y me ha enseñado a relativizar mi existencia.
Sin pretensión, intento escribir sobre la sencillez y la percepción de la belleza. Desde niño, las artes visuales y la escritura han nutrido mi aprecio por la vida. Lo que comparto en Instagram, no en busca de elogios: es solo el testimonio de un pasaje, huellas sinceras de lo que percibo.
¿Distingues allí el estallido de un volcán con vistas al mar, los pueblos frágiles y orgullosos que se alzan entre montañas y acantilados rojos al amanecer?”, como en los amaneceres rojizos de mi palomar.
Ante sus colosos volcanes y la lánguida música de la marimba, la tierra guatemalteca sigue gritando, ahí habitan nostálgicos espantapájaros, donde supuestamente “las terribles guerrillas han terminado pero no las injusticias, aún me lastima cuando vuelvo a mi tierra, dichosamente siguen firmes ahí; la honra, la resiliencia y la esperanza de los Guatemaltecos.”
¡Doy gracias a la audacia del Universo!
En el fondo, confieso que cada creación nos expone a la crítica, pero ¿cómo será recibirla? No miento con afirmar que produce inestabilidad. Ya sabes, siempre tenemos miedo de caer en una trampa. «¿Es difícil de superarlo… y después qué?», preguntas, ser aceptado, tener éxito necesita trabajo y coraje, buscar apreciación, es muy exigente, al final de todo sin dar nada por adquirido; lo más preponderante es compartir y amar lo que hacemos.
Es delicado tener respuesta a todo, en algún lugar las grandes obras nacen del encuentro entre un creador y alguien capaz de hacer brillar su talento — un artista, el público o que sé yo probablemente un cómplice del alma.
Dejemos de contarnos historias, apenas sabemos más que los demás, olvidémonos la supuesta autenticidad y a soñar. Porque si hay esperanza en este explosivo mundo, ella, reside ahí en el poder de nuestra imaginación.
Y en nuestra libertad también, por cierto… “No quiero perder más tiempo en tonterías”, con egos inflados, creo que lo que más importa es lo que nos une entre seres humanos y la naturaleza, no lo que logramos para satisfacer una materializada vanidad, atrevámonos a soñar… y si aún hay esperanza en este mundo convulso, ella habita en la fuerza de nuestra imaginación… nuestra empatía y libertad.
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