Humberto Ak’abal es el poeta maya k'iche' más traducido: viajó por el mundo pero siempre volvía a su pueblo. Falleció el 29 de enero de 2019, pero su poesía sigue siendo migrante en más de 20 idiomas.
El poeta momosteco falleció en enero de 2019
Su palabra de viento, montaña y pino frondoso llevó al poeta maya k’iche Humberto Ak’abal (1952-2019) a recorrer el mundo. Siempre volvía a bordo de la tradicional camioneta extraurbana guatemalteca hasta su natal Momostenango, Totonicapán, de donde migró a la capital, muy joven, en busca del sustento. Hoy se cumplen 5 años de su deceso.
La poliomielitis marcó su vida desde niño y le dejó lisiada una pierna, lo cual lo “salvó” según contaba él, del servicio militar obligatorio: una periódica redada de jóvenes en la etapa más dura del conflicto armado interno que desangró a Guatemala entre 1960 y 1996.
Humberto trabajó como cargador de bultos en la Terminal de la zona 4 capitalina, después fue bodeguero y encargado de limpieza de un local en la zona 13. En sus ratos libres se iba a buscar libros de segunda mano, porque eran baratos, a 1 quetzal, en la librería Marquense, de la zona 1. A veces, se encontraba obras literarias tiradas en la basura.
En realidad le gustaba leer desde adolescente. Algún profesor le animó a conocer los clásicos griegos y los españoles del siglo de Oro. Así siguió tras muchas jornadas de bultos de 2 quintales y después de barrer la bodega. Así empezó a germinar en su corazón y en su mano la semilla de una poesía que llegó a ser traducida a 20 idiomas.
Humberto Ak’abal creó poemas «intraducibles» pero a la vez universales, como Canto de pájaros, en el cual recrea los sonidos del bosque momosteco.
Muchos lo admiraban y otros lo criticaban
Sí, algunos críticos dijeron que su estilo era impostado, una pose, un encasillamiento. Lo mismo murmuraban de sus coloridas camisas con tejidos mayas, sus collares y boinas tejidas. Le criticaron porque en sus días de cargador de bultos se vestía con indumentaria “occidental” y después, decían, se disfrazó.
“¿Y cómo me iba a vestir con tejidos tradicionales si eran y son caros? No tenía con qué pagarlos. Compraba ropa usada o me la regalaban. No tenía para collares o pulseras. Ni siquiera esperaba que alguien leyera mis poemas.”, respondió una vez que le pregunté acerca de tales infundios.
En fin, el caso es que la publicación del primer poemario de Humberto Akábal, El Animalero, en 1990, se convirtió en un auténtico e inesperado ¡Bum! Versos cortos, imágenes frescas, palabras en k’iché a partir de las cuales el español era una versión elaborada por el mismo autor, a partir de la cual pasó primero al alemán, luego italiano, francés, inglés, húngaro, japonés, suizo, polaco y así hasta llegar al 20, incluyendo el estonio.
¿Vas o venís?
Al encontrarlo en el Centro Histórico de la ciudad de Guatemala, con un nuevo libro, una nueva edición, una nueva antología o una nueva traducción en la mano, era común la pregunta: ¿vas o venís? Y a veces iba de viaje y a veces ya venía de regreso, en ruta a su amado Momos. Se movía en taxi y bus urbano.
Se memorizó las curvas del camino a su pueblo. Escribió poemas de estadías en España, en Japón, en Nueva York. Pero también de las veredas, de los barrancos, de los cantos de pájaros, las gotas de rocío, los consejos de su mamá, las campanadas de la iglesia y hasta los espantos nocturnos: todos migraron con Humberto, a bordo de aviones de turbina pero también aviones de papel: los libros.
Humberto, Betío para sus amigos, murió el 29 de enero de 2019, a causa de una afección intestinal que no pudo ser tratada en el hospital regional por falta de insumos y especialistas.
Poeta migrante que siempre volvía
Humberto Ak’abal pudo irse a vivir a donde quisiera, pero siempre regresó a su Momos y un día se quedó aquí para siempre. Los atrasos, los abandonos, los desabastos hospitalarios no ayudaron: una afección intestinal no pudo ser atendida en el hospital de Totonicapán, se agravó y fue trasladado en una ambulancia. Eran 200 kilómetros hasta la capital pero para él, que recorrió miles de kilómetros alrededor del mundo, con sus versos sencillos, fue una distancia insalvable.