Se ha convertido en un maestro en la preparación y horneo de pastelillos coreanos en un restaurante, pero el corazón de este migrante guatemalteco vibra con cada composición que integra amor, respeto y nostalgia.
Humilde y auténtico, sencillo pero muy inspirado, un guatemalteco trabajador y muy creativo como tantos migrantes en Estados Unidos. Leonel García llegó a New Jersey, Estados Unidos en 2006, cuando apenas tenía 16 años.
«Quería superarme, trabajar, ayudar a mi familia y por eso migré desde Guatemala. MI familia ha sido migrante: mis abuelos eran de Joyabaj, Quiché. Ellos migraron a Pachalum, y después mis padres cruzaron el Río Motagua, para vivir en San Juan Sacatepéquez, Guatemala», cuenta el migrante guatemalteco radicado en Nueva York.
Al llegar empezó a trabajar en construcción unos días. «Compañeros de apartamento me consiguieron empleo en un restaurante como un preparador (el encargado de pelar verduras y cortarlas en pedazos) pero solo lo hice un par de días. Después me bajaron a lavaplatos».
"Que siempre te vean haciendo algo"
Un amigo que lo recomendó le hizo una sugerencia clave: «Que nunca te vean sin hacer nada. Si se termina la labor que estás haciendo, ponte a limpiar, a barrer, a hacer algo. Por eso al terminar de lavar platos buscaba qué hacer y fue así como me regresaron a preparador. Mi abuelito en Guatemala nos enseñó a cocinar y también a lavar trastes, así que yo estaba acostumbrado a eso», relata.
Lo más difícil de adaptarse al idioma y a la cultura coreana. «Nunca había probado nada de comida coreana, pero fui aprendiendo los nombres en ese idioma. Fueron ocho meses. Pagué mi deuda por el viaje a Estados Unidos y me salí. Llegué a la línea de sartenes del restaurante, a seguir las comandas ¡en coreano! y volví a la construcción porque se ganaba mejor. Pero también se gastaba muchísimo más, en herramientas. Me regresé a la cafetería».
«Como ya había pasado por varias áreas del restaurante, entraba a las 10 de la mañana y salía a las 10 de la noche. Conocía qué hacer en cada una. Pero me especialicé en la repostería asiática. En la pastelería entro a las 2 de la mañana y salgo a las 10 de la mañana«, cuenta.
Al preguntarle el sabor guatemalteco que más extraña, dice: «Las hierbitas, el chipilín, el macuy, los frijolitos con loroco y el caldo de res los domingos. Aquí en Estados Unidos lo podemos preparar pero ya no sabe igual. No hay nada como la sazón de mi abuelita… La llamo cada ocho días, los martes».
Sueño musical en marcha
Desde niño, a Leonel le encantaba cantar. Sus tíos tocaban guitarra y requinto. Él quería aprender a tocar violín pero por las limitaciones económicas no fue posible. Ya en Estados Unidos, se dio cuenta de que grabar una canción en estudio no era tan caro: alrededor de US$500 dólares por pieza. «Mi mamá también tocaba en un grupo de la iglesia llamado Conjunto Amanecer».
Leonel adoptó el nombre artístico Cosperacha porque le pareció fácil de reconocer. «Me gustan cantantes clásicos como José Luis Perales, Camilo Sesto, José Luis Rodríguez o Rafael. Yo quiero hacer música con sentimiento, con sentido, y sin vulgaridad. Hoy hay muchos cantantes famosos que irrespetan a la mujer y la ven solo como un objeto… yo no quiero eso», expresa el migrante guatemalteco.
«No sé escribir música, pero sí tengo sentimiento y he contratado a músicos para trabajar los arreglos, con instrumentos digitales o con orquesta. Mi primer canción es El día en que te ví. También tengo una llamada Lágrimas del Corazón, dedicada a mi abuelito Inés García, quien me enseñó tanto pero murió hace años y no pude ir a sepultarlo por mi situación migratoria».