Ese aroma de pino regado en el piso de la casa, ese vapor del ponche de frutas hirviendo en una olla grande, ese sonido de chinchines y percusión de tortugas de las posadas... Nadie lo puede olvidar aunque esté lejos. Así comparten migrantes guatemaltecos sus vivencias navideñas de antaño.
“Éramos siete patojos en una casa que solo tenía dos cuartos. Así que la alegría la vivíamos afuera quemando cuetes. Nos encantaba ver los programas infantiles de México así que siempre soñábamos con comer los dulces que le premiaban a los patojos en esos programas, pues no había en Guatemala”.
“Una Navidad mi tío nos dio la sorpresa de regalarnos un chocolate Snickers a cada uno de nosotros. ¡Wow! Eso fue el mejor regalo navideño de mi niñez jajaja”, recuerda Pablo Mazariegos, psicólogo, educador y documentalista guatemalteco, originario de Quetzaltenango y radicado en Chattanooga, Tennessee.
Tradición se trasladó de El Palmar a Maryland
“Los tamales y el ponche nunca podían faltar en nuestra casapero más que todo una fecha donde todos nos juntábamos en casa. No esperábamos regalos tampoco llegaba santa. Pero así éramos felices”, cuenta Letty Barán, líder migrante guatemalteca, originaria de El Palmar, Quetzaltenango y radicada en Maryland.
“En la mañana del 25 de diciembre nos daban una ficha de a 25 centavos a cada uno. Para que se lo diéramos al niño Dios pero antes nos pasábamos la ficha en los ojos, según mi mamá era para el mal de ojo. Costumbres que aún recordamos. Ahora en EE.UU. hago tamales, acompañados de Pan Las Victorias, ponche y chocolate. El 25 de diciembreno salimos de casa prefiero mantener unida a mi pequeña familia y que aprendan que son días especiales, para compartir juntos”, agrega.
Aromas que jamás se olvidan
“Cuando llegaba el 24 de diciembre era super emocionante: olia a caliente, a tamal,, a las chichas amarillas que cortábamos en la loma, al árbol del nopal y lo adornábamos con los tuntunes de los árboles: esos eran nuestros adornitos, con bricho de colores. Poníamos el nacimiento: María, José y el Niño Jesús, esperando la posada” es el dulce recuerdo de Lissete Rodríguez, originaria de Joyabaj, Quiché, actualmente residente en Florida.
“Siempre esperábamos que alguien se robara el niño para que regreasara, con una fiesta el 6 de enero. Era muy emocionante ver los faroles, las candelas. Viví una infancia maravillosa y siempre le voy a llevar en el corazón. Siempre habrá una posada sonando en mi memoria, en donde esté”, agrega.
Unión familiar es el entrañable recuerdo
Paulino García, experto digital radicado en Houston y originario de Totonicapán recuerda: “En mi memoria esta ese frío que se vivía en diciembre, frío de temporada y la decoración del Nacimiento, era algo tradicional y muy esperado. Actualmente, en Houston, con mi familia, siempre preparamos comida típica nacional y bebidas nostálgicas de temporada”.
Mientras tanto, en Oklahoma, William Velásquez comparte: “En diciembre regresaba a visitar a mi familia. Recuerdo que al bajar de la camionera en El Trebol, había mucha gente con ventas de pino, manzanilla. Ese olor del pino lo llevo en el alma. REcuerdo que visitábamos a mis tíos, a mis primos, de casa en casa. El 24 desde la mañana nos poníamos nuestra mudada nueva, el estreno y a comer tamales”, recuerda William quien creció en las zonas 18 y 19 capitalinas.
En el Barrio Moderno, zona 2 de Guatemala
“La solidaridad abrazaba mi barrio, los cohetes, la alegría junto a mi familia, mis amigos, mis vecinos, la apertura, la comprensión del cuidarse los unos a los otros, la empatía de animar a los que habían sufrido en el año una perdida para reconfortar y en la medida de lo posible unirse a la celebración”, recuerda el arquitecto Carlos Martínez, residente en Montreal, Canadá desde hace tres décadas.
“A media noche los tamales y la velada en el aprecio de las cosas sencillas. El olor a pino y los humildes nacimientos poblados de pequeños personajes de barro que preparábamos en familia. La ausencia de celulares o pantallas, el legítimo sentimiento de humanidad de estar ahí, la puesta en común, la musica, el ambiente, el sueño que llenaba nuestros vacíos con brillo de las luces multicolores”, completan su memoria. Sin embargo, a pesar de la distancia, dice: “Conservo la alegría de la Navidad en mi corazón”.
Bajo cero en Canadá
David Aguilar, conductor de transporte de carga radicado en Quebec, Canadá coincide en evocar los aromas de pino y manzanilla, pero algo más: “Las fiestas tienen olor a pólvora de las posadas o quemar la pólvora de cohetes que no estallaron”.
Ello contrasta con su primera Navidad en Canadá. “Estábamos a 39 grados F bajo cero, no teníamos ni radio ni nada. Acabábamos de.llegar y cada quien cantaba una canción, o un comercial que llevaba en la memoria. Mucha nostalgia. Y después de 25 inviernos gélidos, aún añoro ese bullicio de las ventas de Guatemala”, comparte.
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