Familiares visitan a migrantes detenidos en cárcel privada Delaney en New Jersey, pero temen que sea la última vez que puedan verlos, debido a traslados o deportaciones.
Esta crónica de Gwynne Hogan fue publicada originalmente por el medio digital The City, de New York. Se reproduce bajo licencia Creative Commons de dicho sitio.
En una noche gélida, visitantes en las afueras de Delaney Hall, en Newark, New Jersey, hacían fila mantas mientras esperaban podr ver a familiares o amigos recluidos dentro de este enorme centro de detención migratoria operado por una empresa privada.
Las personas que visitan deben presentarse en el lúgubre edificio de bloques de cemento al menos una hora antes de su visita programada de 30 minutos, y a menudo esperan al menos ese mismo tiempo a la intemperie antes de poder ingresar al complejo cercado y pasar por seguridad.
Quienes no llegan con al menos una hora de anticipación al centro —ubicado a unos 20 minutos en autobús desde la estación Newark-Penn— son usualmente rechazados. “Deberían encontrar una forma de acomodarnos adentro”, dijo Tatiana Conza, de 32 años, en español, mientras esperaba ver a su primo. “Para mí, esto es una burla. Ni a un animal se le trata así”.
Conza ha visitado una vez por semana durante dos meses desde que su primo fue arrestado durante su entrevista de miedo creíble con autoridades migratorias, un paso que antes era rutinario en el proceso de solicitud de asilo y que recientemente se ha convertido en otra trampa de arresto para ICE. Siempre acude con sus dos hijas pequeñas para intentar levantarle el ánimo a su primo.
“Es duro estar ahí adentro”, dijo.
Desde esta primavera, cuando abrió Delaney Hall, grupos de voluntarios, la mayoría provenientes de otras zonas de Nueva Jersey, han estado llegando los cuatro días a la semana en que se permiten las visitas.
Cuando THE CITY visitó el centro una noche reciente, los voluntarios repartían calentadores de manos, guantes, sopas instantáneas y vasos de té caliente y chocolate caliente. Habían llevado mantas acolchadas y cojines para cubrir las bancas metálicas recién instaladas.
Para muchas de las personas que visitan a seres queridos en Delaney Hall, “estas son las últimas veces que se van a ver durante mucho tiempo”, dijo Stephanie Campos. Desde hace meses, la residente de Jersey City acude dos veces por semana durante los horarios de visita. “Esto es todo para ellos”, le dijo a THE CITY.
Rodeado de cercas y alambre de púas, en una franja industrial desolada y de difícil acceso, Delaney Hall se convirtió rápidamente en el centro de detención del ICE más grande del noreste, con más de 900 personas detenidas en un día promedio.
Es un destino habitual para residentes de la ciudad de Nueva York detenidos por ICE en la calle, en comparecencias ante tribunales de inmigración o durante chequeos con la agencia.
Cuando Delaney Hall abrió por primera vez, rápidamente se convirtió en el epicentro de protestas y enfrentamientos con agentes federales. El alcalde de Newark, Ras Baraka, fue detenido durante horas en el interior, mientras que la congresista de Nueva Jersey LaMonica McIver aún enfrenta cargos federales por presuntamente obstruir a oficiales federales.
Pero en los meses posteriores, las protestas han dado paso a un flujo constante de visitantes, muchos de los cuales saben o temen que podría ser la última vez que vean a sus seres queridos.
GEO Group, la empresa privada que administra Delaney Hall, no respondió a la solicitud de comentarios de THE CITY sobre las largas esperas al aire libre que deben soportar los visitantes.
El número de personas detenidas ha aumentado drásticamente bajo el presidente Donald Trump, alcanzando niveles nunca antes vistos. Aunque la administración ha afirmado que se enfoca en “los peores de los peores”, la mitad de las 65,000 personas detenidas a finales de noviembre no tenía condenas penales ni cargos pendientes. En la ciudad de Nueva York, los arrestos se han inclinado aún más hacia personas sin antecedentes penales, que representan el 70% de las detenciones realizadas este año, según reportes previos de THE CITY.
Defensores de derechos humanos han estado dando la alarma sobre las condiciones dentro de Delaney Hall, incluyendo quejas sobre comida en mal estado, agua sucia y dificultades para acceder a atención médica. Apenas el 19 de diciembre, ICE reportó la primera muerte desde que el centro reabrió. En un comunicado, la agencia informó que un hombre haitiano de 41 años murió por “sospecha de causas naturales”. Activistas exigen una investigación más profunda de lo ocurrido.
En los últimos meses, los voluntarios han llevado paraguas y ponchos bajo la lluvia, carpas y bebidas frías en el verano, y ropa para personas rechazadas debido a un código de vestimenta inescrutable que parece cambiar según el ánimo de los guardias.
Kathy O’Leary, coordinadora regional en Nueva Jersey de Pax Christi, una organización católica de servicios sociales, comenzó asistiendo a vigilias que protestaban la inminente apertura de Delaney Hall y permaneció cuando comenzaron a llegar los visitantes.
“Necesitan algo más que solo palabras de apoyo moral”, dijo O’Leary. “La gente necesita cosas. Necesita algo físico. Necesitaban sillas. Necesitaban agua. Necesitaban información”. El frío de las últimas semanas ha presentado nuevos desafíos, agregó.
“Hemos estado diciéndole a todo el mundo que necesitamos un área de espera interior”, dijo O’Leary. En noviembre, tras la presión de O’Leary y otros voluntarios, así como de la oficina del senador estadounidense Cory Booker, GEO Group instaló un refugio cubierto y tres filas de bancas metálicas.
Los defensores reconocieron que se trataba de una mejora, aunque la estructura no protege a los visitantes del frío intenso. Jay Arisso, pastor de Today’s Church en Elizabeth, esperaba en la fila para visitar a un feligrés cuyos familiares estaban demasiado aterrados para acudir por sí mismos. Arisso intenta consolar a las personas durante las visitas.
Otra líder religiosa, la reverenda Chloe Breyer, del Centro Interreligioso de Nueva York, fue rechazada cuando intentó visitar a El Hadji Hady Thioub, un imán del Bronx cuyo arresto fue reportado por Religion Service News. Un guardia la reconoció por un servicio de oración realizado a principios de la semana, cuando había estado colaborando con voluntarios, y decidió que no se le permitiría ingresar, dijo Breyer.
“Parece que está inventando muchas reglas”, añadió. “Hay personas brindando ayuda humanitaria aquí, y él ha decidido que eso de alguna manera las excluye de visitar a las personas detenidas”. El guardia que rechazó a la reverenda Breyer se negó a comentar, mientras le decía a un reportero de THE CITY que se retirara de la propiedad de GEO Group.
La línea que delimita la propiedad de la empresa penitenciaria del espacio público donde los voluntarios colocan sus mesas está pintada de amarillo sobre el asfalto. Los visitantes habituales y los voluntarios están acostumbrados a la ira arbitraria de los guardias en la entrada, quienes ladran órdenes a los visitantes temblando del otro lado.
“¡Detrás de la barrera!”, gritó un guardia, mientras camionetas blancas sin identificación con inmigrantes recién detenidos entraban a toda velocidad. “La única cosa que le digo es que Dios lo bendiga”, dijo Kenia Barragán, ciudadana estadounidense naturalizada originaria de México, quien ha acudido a Delaney Hall tan seguido como ha podido desde que el novio de su hija —con quien llevaba seis años— fue arrestado en Yonkers a mediados de octubre, camino a su trabajo en la construcción.
La familia de Barragán pasó el Día de Acción de Gracias en Delaney Hall con el joven, de 23 años, quien había inmigrado a Estados Unidos a los 15 años y no tiene otros familiares en el país. Ese mismo día, un juez de inmigración le negó la libertad bajo fianza. Afectada, la familia ahora planea regresar también en Navidad.
“La única manera en que podemos ayudarlo es venir aquí, hablar con él, darle esperanza, hacerlo reír, aunque sea una hora”, dijo Barragán. Alrededor de las 8 p.m., un último grupo de visitantes ingresó por las rejas, mientras otro grupo regresaba poco a poco a la noche helada.
Esperanza Valladolid, una mujer ecuatoriana de 40 años, salió del recinto cargando a un niño inquieto mientras esperaba el Uber que los voluntarios habían pedido para ella.
La vida de Valladolid se ha visto trastocada desde que su esposo fue arrestado durante su entrevista de miedo creíble en Newark semanas atrás. “Ver a mi hijo todos los días levantar el teléfono, ponerse los audífonos y llamar a su padre me parte el alma”, dijo en español.
Ese mismo día, un juez de inmigración había ordenado la deportación de su esposo, y ella aún intentaba asimilar qué hacer. “No sabemos, supongo que nos quedaremos aquí y él se irá”.
Su esposo era el único sostén económico de la familia, y Valladolid se estaba adaptando a la vida como madre soltera de dos niños pequeños. Mientras tanto, aseguró que volvería tantas veces como pudiera, sin importar el clima.
“En cualquier momento se lo van a llevar”, dijo.













