En el Día Internacional del Migrante reconocemos el aporte, el esfuerzo y también el profundo amor que impulsa a diario a los guatemaltecos que están fuera de Guatemala pero que llevan a su país y a sus seres amados en el corazón.
Un día antes antes del Día Internacional del Migrante, una guatemalteca laboriosa, Arminda Zúñiga, quien trabaja muy fuerte y con excelencia diaria en Los Angeles, California recibió una noticia que nunca deseó escuchar: su mamá había fallecido en Jutiapa, su tierra natal. No puede viajar para el sepelio porque está recuperándose de un complicado y largo padecimiento. Va saliendo adelante pero le llega el aviso. “Le ayudé cuanto pude a mi mamá, le dí todo lo que podía darle con mi trabajo”, expresa con un dolor indecible y una distancia que está hecha de kilómetros y años.
Los migrantes guatemaltecos aportan la quinta parte de la economía guatemalteca gracias a sus remesas y reciben elogios por ello. Pero no lo hacen para que los feliciten, sino como un acto de amor, de constante y abnegada responsabilidad para con sus seres queridos: padres, hijos, cónyuges, hermanos. El costo de esta oportunidad es muy alto, porque implica separarse de la familia, vivir en soledad o con limitaciones para poder enviar 100 o 200 dólares a la semana o a la quincena.
Madrugones, nostalgias y un anhelo constante
Los migrantes guatemaltecos son considerados un talento laboral excelente en Estados Unidos, pero muchos de ellos están indocumentados y la esperanza de que les otorguen un TPS parece diluirse con un gobierno que se va y otro que llega con otros planes. Pero con uno u otro gobierno, el migrante sale a trabajar a las 3 o 4 de la mañana para estar en punto de las 5 en la construcción, el restaurante, el hotel, el edificio, el taller… Trabaja hasta las 3 de la tarde, come algo y a las 5 en lugar de irse a descansar entra al otro empleo.
Aquí en SoyMigrante.com Revista hemos oído las historias que integran ese fuerte choque cultural, ese desarraigo y adaptación a un nuevo entorno, aprendizajes rápidos con esa chispa que el chapín tiene. Aprende de todo, pero nunca olvida la calle de su barrio, las pláticas con los amigos, las fiestas de diciembre cuando en Guatemala hacía frío sin imaginar que años después el frío se multiplicaría en Nueva York o Nevada, al igual que la nostalgia y también el dolor cuando recibe la noticia que no quiere recibir desde Guatemala.
El sueño de un mejor futuro guatemalteco
Quienes consiguen regresar al cabo de los años para abrazar de nuevo a su mamá, a su papá, a sus hijos, se dan cuenta de que el tiempo ha pasado más rápido de lo previsto. Es un alto precio el de la remesa. Pero no quedó otro camino ante la falta de empleo, ante la precariedad de la vida en la aldea, quizá ante la violencia y la necesidad que siempre apremia. Aún así, vuelven agradecidos, con ideas nuevas y grandes ideales para ayudar a que su país, ese mismo que los expulsó, sea mejor.
Por eso el migrante guatemalteco, la migrante guatemalteca merece ser reconocido y dignificado. Es mucho más que un recibo de remesa. A cada campaña llegan los políticos a ofrecer más pasaportes, más consulados y mejores trámites. Pero los migrantes son más que eso: son ciudadanos que merecen tener plenos derechos, porque se lo ganan a pulso. Necesitan generar una mejor patria y lo hacen pagando el alto precio de la separación forzosa. Necesitan construir un sueño que no es americano sino guatemalteco, para poder volver un día a recuperar algo de ese tiempo invertido entre rascacielos que no dejan ver el cielo del amanecer de su pueblo y autopistas que conducen a todas partes menos a su casa.
El migrante trabaja, lucha, se esfuerza y progresa, pero su corazón sigue latiendo por su Guatemala y Guatemala debe reconocerlo, integrarlo y dignificarlo como hijo, como padre, como hermano. Para ellos escribimos y registramos historias de inspiración que son testimonio de ese amor por la anhelada Tierra del Quetzal. Es un honor conocer y divulgar a los compatriotas y al mundo cada testimonio.