Lejos del suelo patrio, en la Unión Americana, la familia migrante se reencuentra con un sabor tradicional de fin de año: el tamal preparado en casa. Versiones hay muchas pero hay un solo corazón guatemalteco.
El tamal sigue allí, todos los sábados, a veces desde los jueves, pero cuando llegan las fiestas de Navidad y Año Nuevo, algo ocurre y se multiplican los peroles de masa hirviente, movida constantemente para que no se pegue, para que agarre «punto».
Mucho se ha discutido sobre el origen del tamal guatemalteco: es una fusión de elementos prehispánicos y coloniales, con versiones múltiples, con sabores de familia, con pimiento o sin pimiento, con aceituna o sin aceituna y así una serie de opciones.
No vamos a desarrollar aquí la toría del tamal, sino solo a evocar esta tradición tan guatemalteca en las fiestas de fin de año. En Estados Unidos, la Nochebuena no es un festejo de tendencia, por allá pesa más el día de Acción de Gracias en noviembre; pero las familias hispanas y en especial las guatemaltecas ven la manera de reunirse, si no toca trabajar en Nochebuena, aunque sea un ratito, para degustar el tamal, el ponche de frutas y quizá un piquete.
No hay cohetería a la medianoche, pero sí abrazo fraternal, filial, matrimonial y de amistad. Y en cada casa a la que vas, no faltará el vapor de la olla, con una pregunta hospitalaria ¿Va a comer un su tamal?