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Cuento sobre una insólita aventura, ficticia, pero que podría parecerse a alguna realidad de las familias que tienen a un ser querido migrante

Por Víctor Muñoz, Premio Nacional de Literatura de Guatemala 2013


Papaíto está por cumplir ochenta años.  Trabajó toda su vida y en cuanto puede le cuenta su historia a quien esté cerca:
            -Fíjese usté que yo comencé a trabajar desde que tenía ocho años.  En ese tiempo el dinero valía bastante; uno podía comprar doce bananos con un centavo.  Se ganaba poquito pero alcanzaba para todo, no como ahora que el dinero no alcanza para nada, ¿verdá?

            Ahora ya está viejito y todo lo hace despacio, pero dice que cuando estaba joven era muy activo.

            -Yo me levantaba a las cuatro de la mañana, rajaba la leña, ordeñaba la vaca, limpiaba la milpa y me iba a los cañales.  De regreso, ya en la mera tarde, acarreaba un poco de leña y me iba para mi casa a descansar.  A veces, algún domingo, nos íbamos con los muchachos al río.  En ese tiempo daba gusto usté, pescadales traía uno.  Ahora ya todo eso se acabó.

            Disfruta mucho contando cómo era todo antes tan tranquilo.

            -En mi tiempo, Dios guarde que alguien se robara algo usté; todos eran bien honrados y se dedicaban a trabajar, no como ahora que da tristeza ver tanto vago por todas partes.

            Le gusta dar consejos al respecto de cómo debe llevarse la vida, pero en cosas de amores pone especial énfasis, y lo hace con la autoridad que otorga la experiencia.  Además, ha ido adquiriendo la sabiduría que la vida le confiere a la gente que vive muchos años.  Y también porque es observador e inteligente.

            -Cuando usté se case tenga cuidado, consígase una su mujer tranquila y obediente, de aquellas que son bien de oficio y de su casa y que sea honrada de sus manos.  Mire bien las costumbres de la familia.  Si se encuentra con una mujer celosa huya de ella y váyase lo más lejos que pueda. Una mujer celosa es lo peor que le puede pasar a un hombre porque la mujer celosa es mañosa usté.  Es que es cierto eso que dice la gente de que el león juzga por su condición. Aquí al pueblo, para una feria vinieron dos muchachas galanas que pusieron una venta de garnachas.  Como les gustó por acá pues se quedaron.  El negocio lo fueron ampliando, después hasta vendían cerveza y licor.  Una se llamaba Marta y la otra Estela.  Eran bien bonitas, pero a saber quien regó la bola que venían de ser mujeres de la mala vida allá en Guatemala.  Lo de mujeres de la mala vida a saber porque eso si usté, que yo sepa, nunca se dedicaron a eso sino sólo a atender su negocio.  Un día vino don Juan Dermi y se enamoró de la Marta y se la llevó; ahora es doña Marta de Dermi y es la que manda en la finca.  Da no sé qué verlos, usté, semejante hombrón y la mujer, una mirada le hace y ahí viene él todo mansito atrás de ella.  A la Estela tampoco le fue nada mal, el chino Chepe Jo se la llevó a vivir con él y ahora es doña Estela de Jo y atiende los almacenes.  No es que sean malas mujeres pero eso si usté, las dos son bien celosas.  Por algo será.

            Papaíto tuvo cuatro hijos y tres hijas.  Los muchachos fueron resolviendo los problemas de la vida como pudieron, así como los resuelve todo el mundo.  Cuatro se fueron a los Estados Unidos y los demás se quedaron aquí.  Los que se fueron a veces lo vienen a visitar y le cuentan lo grande que es todo por allá.  Como son buenos hijos le mandan dólares, le escriben y lo invitan para que los vaya a visitar.  El les responde que si, que está bien, que en cuanto tenga tiempo, pero resulta que nunca tiene tiempo. Se esposa se le murió a causa de un ataque de diarreas incontrolables.

            -Un día a mi mujer le dieron asientos y por más que luchamos ya no se pudo, usté.  Y ni duró nada, viera; a los dos días ya no aguantó la pobre, pero ya va a ver la jodida que llevé, porque me dejó con todos los patojos chiquitos, pero a todos los saqué adelante.

            Todos los días se sale al patio a quemar basura y los papeles con caca que va a sacar al bote del baño.  Uno puede saber lo que él está haciendo aunque esté a dos leguas de distancia, porque el olor de los papeles con caca quemados no se pierde nunca.  Jamás se ha subido a un avión y lo más probable es que nunca lo haga.  Es que le dan miedo.  Si con sólo subirse a una camioneta se pone todo asustado, ya no digamos subirse a un avión.

            -Si Dios hubiera querido que el hombre anduviera volando le habría dado alas, pero no usté, ya ve que nos dio pies para que podamos caminar.  Una cosa es una cosa y otra cosa es otra.  Los pájaros vuelan porque tienen alas, los chuchos caminan sobre el suelo porque tienen patas y los pescados nadan porque tienen escamas y aletas y respiran agua ¿verdá?  Las cosas tienen que estar en su lugar, tal como Dios las dispuso.

            Ya varias personas le han explicado que no hay nada más seguro que volar en avión.  Que aparte de casos excepcionales como por ejemplo Carlos Gardel, Paco Pérez, Pedro Infante y Gregorio López, muy raras veces se cae un avión.  El sólo se queda pensando y dice que sí, pero todos sabemos que no.  Su miedo le ha de venir de alguna experiencia de cuando era niño.  O tal vez en su otra vida se murió en algún accidente de aviación.  Pobrecito.

            Una de las veces que vino el mayor de sus hijos le trajo regalos.  Y también trajo regalos para la familia. Chocolates, raditos de baterías, llaveritos, muñecos de peluche, playeras, maquinitas calculadoras y espejitos.  Como siempre, le propuso se que fuera una temporada con ellos, que fuera a ver tan bonito que es todo por allá.  Papaíto le dijo que sí, que en cuanto tuviera tiempo.  En otra ocasión otro de sus hijos le mandó el pasaje, le mandó dólares y una carta en donde le decía que lo tenían todo preparado para cuando llegara.  El tiempo comenzó a caminar y él decía que si, pero siempre lo dejaba para después, pero un día se apareció con que ya lo había pensado bien y que se iría a dar una vuelta por allá.

            -Para darles gusto a los muchachos  -dijo.

            Nadie lo podía creer.  Lo malo fue que cuando tomó la decisión ya habían transcurrido más de dos años y el pasaje costaba el doble.  Su hijo le mandó a decir que no importaba y le mandó el dinero que hacía falta.

            Como lo primero es lo primero, se fue para la Capital a arreglar lo de la visa, pero no se la dieron.  El hombre ese que entrevista a los que quieren irse le dijo que seguramente lo que él quería era ir a trabajar, y que allá ya no quieren más gente.  ¡El muy animal!  ¡Viendo que Papaíto ya está viejito!  ¿A qué hora se iba a estar yendo a trabajar?

            -Las cosas no convienen, -dijo, exhibiendo una sonrisa triunfante y feliz.

            Cuando su hijo supo lo que había pasado se dejó venir, selo llevó hasta la embajada, le demostró fehacientemente al hombre que Papaíto no se iría a trabajar y logró que le dieran la bendita visa, pero cometió el error de no llevárselo de una vez, sino que sólo le dejó un nuevo pasaje, pero eso sí, fijó la fecha para el viaje.  Papaíto se comenzó asentir angustiado y hasta se enfermó de calambres.

            -Con tantas cosas que uno tiene que hacer -dijo.  Y se fue a quemar su basurita y sus papeles con caca.

            Hasta que llegó la fecha en que debía irse.

            Aprovechando el viaje, la Mercedes le pidió que por favor le llevara una bolsa plástica con cincuenta tamales colorados.  Que eran para unos sus parientes, le dijo.  La Juana le llevó una caja con pashtes y jabones de coche.  La Amalia un poncho momosteco, y no recuerdo quienes más le fueron a dejar no sé qué otras cosas para que él se las llevara.  ¡La gente abusa!  ¡Están viendo que papaíto es flaco y que con tanta carga no iba a aguantar!  ¡Y que encima estaba asustado!

            Ya estando en el aeropuerto y a pocos minutos para que se subiera a su avión, se apareció la Rosario con un queso de Zacapa.  Un queso enorme.  ¡Nada más eso nos estaba faltando!  Papaíto lo quiso cargar y se fue de lado: se echó a llorar. Es que si se llevaba el queso dejaba todo lo demás y viceversa: decidió que ya no viajaba.  En vista de lo que ocurría, la Rosario le pidió que le devolviera su queso y le dijo que no tuviera pena.  Papaíto se opuso:

            -O le hago el favor a todos o mejor no se lo hago a nadie  -dijo secándose las lágrimas.         Todo el mundo trató de convencerlo, pero él estaba desconsolado.  Se fue el avión.

            Su hijo había organizado una fiesta a la que había invitado al resto de la familia y a sus amigos.  Todo lo tuvo que cancelar.  Cuando se enteró de lo que había ocurrido mandó a decir que no importaba, y que la próxima vez él vendría personalmente y se lo llevaría para que ya no hubiera ningún problema. Dadas las circunstancias todos sabemos que eso del viaje va a estar un tanto difícil.  Es que, aparte de que a él le dan miedo los aviones, alguien le dijo que allá la cosa es diferente que aquí.  Que allá la gente se mantiene todo el día como si la anduvieran persiguiendo, que no vive en casas sino en edificios enormes, que si a uno le dan ganas no se puede orinar en la calle, que las niñas a los doce años ya no lo son, que todos andan medio empelotados y no les da vergüenza, que nunca hay procesiones y que no se le permite a nadie andar quemando basura ni papeles con caca en la calle.

            -A saber cómo le hará esa pobre gente para vivir, -dice papaíto, y se queda pensativo y preocupado.  Ojalá no se nos vaya a enfermar, otra vez.