Por Leo Sam*
Si usted toma el camino de la cabecera departamental de Huehuetenango que conecta con el municipio de Jacaltenango, pero el camino de terracería, no la carretera, usted ascenderá en una cuesta interminable por la sierra de los Cuchumatanes, y llegará un momento en que sentirá que puede ver a Dios, tal es la altura. El camino es escabroso.
En vehículo, usted sentirá que va en tumbos de piedras y arcilla. Si se topa con otro vehículo que viene descendiendo casi rozarán sus puertas, tendrá que retraer su retrovisor y es posible que le vea el iris o las pecas al otro conductor; tan estrecho es el camino. Pero, lo más increíble: verá a la vera, en las pocas planicies cerca de los desfiladeros, un cordón de casa de dos niveles, estilo capitalino, con amplias vidrieras de colores y balaustradas de arquitectura neoclásica.
En algunas de esas viviendas, en Todos Santos Cuchumatán, están estampadas las banderas de los Estados Unidos. Y los domingos podrá ver a los vecinos, vestidos con sus pantalones y camisas de manta blanca con rayas rojas y sombreros de palma bebiendo plácidamente su licor autóctono hasta la borrachera. Sí, son los familiares de los migrantes que hace años se fueron al país del norte y mandaron grandes sumas de dinero para construir esas enormes mansiones.
Las migraciones, es decir el desplazamiento de una región geográfica a otra, ha sido y es un fenómeno histórico desde los inicios de la vida en el planeta Tierra. No es una actividad exclusiva de los seres humanos. Hay aves migratorias. Hay desplazamientos de mamíferos, de crustáceos y golondrinas. En todos esos casos la constante es la necesidad.
Se migra porque se necesita, por diversos motivos. Sabemos por la investigación histórica y prehistórica que, antes de que el ser humano se asentara en poblados fue nómada. Sin duda las variaciones climáticas y la búsqueda de alimento y seguridad lo empujaban a cambiar de lugar de residencia. Y sin duda en esos movimientos migratorios se encontró con grandes dificultades que atentaron contra su seguridad física.
Las migraciones también tuvieron otras connotaciones sociales: alguno grupos humanos con vocación de expansión y espíritu guerrero migraron para conquistar y apropiarse de poblados y ciudades que no les pertenecían, y lo hicieron de forma violenta con el asesinato, el saqueo y la apropiación. En Europa y Asia principalmente, las migraciones de grandes masas humanas es parte de su historia. Las naciones, tal y como las conocemos en la actualidad no siempre fueron las mismas. Los grandes imperios como el Austrohúngaro, el Sacro imperio romano-germánico y el imperio Otomano modificaron varias veces el mapa geopolítico.
Los países colonialistas como Francia, Inglaterra, Turquía, España, Portugal y Rusia, invadieron países cercanos y de ultramar, provocando diásporas masivas de personas. Los hebreos, alentados por sus líderes religiosos, ocuparon tierras de otras latitudes y tuvieron que lidiar con otros pueblos como los heteos y los filisteos. Posteriormente, fueron conquistados por el rey Nabucodonosor y obligados a migrar a Babilonia, acontecimiento que tuvo el carácter de un ostracismo masivo.
Como podemos apreciar, las migraciones no son nada nuevo.
Han ocurrido y seguirán ocurriendo porque hay necesidades de migrar. En muchos casos, la migración tiene el carácter de exilio. De hecho, quien migra de un país a otro es, por definición, exiliado. Algunos lo son por voluntad, pero la mayoría por imperiosa necesidad o por ostracismo, es decir, la expulsión forzada, como ocurrió recientemente con un grupo de intelectuales nicaragüenses expulsados por el régimen de Ortega.
Pero en este ensayo nos vamos a centrar en el migrante “común”, la persona del pueblo que se ve impelida a buscar oportunidades de sobrevivencia y de mejoría de calidad de vida, porque en su país de origen no existen o son muy precarias, como es el caso de Guatemala y en general del istmo centroamericano, con excepción de Costa Rica.
En este contexto, la pregunta que nos hacemos es ¿Por qué se migra?
Nos hemos enterado a través de los medios masivos de comunicación y por las redes sociales digitales de los grandes peligros que corren esas personas al querer atravesar el muro y el Río Bravo, para pasar al otro lado de la frontera mexicana. Constantemente llegan noticias de personas, niños entre ellas, que pierden la vida al intentar pasar al otro lado o en furgones herméticos en donde han sido ocultadas por los coyotes y que mueren asfixiadas. No obstante esas tragedias, la gente sigue migrando. Retar a la muerte parece ser una obligación. Si uno sabe que al migrar va a ser capturado por la policía fronteriza de México o de los Estados Unidos y deportada en condiciones infrahumanas.
¿Por qué intentarlo de nuevo, no una sino diez veces?
A esa pregunta solo cabe una respuesta: porque es imperativamente necesario: No hay otra salida.
El cable noticioso servido por la agencia internacional EFE daba cuenta en días recientes del incidente migratorio ocurrido en un centro de detención de migrantes en Ciudad Juárez, México, en el que murieron calcinadas 38 personas, la mayoría de ellos (28) ciudadanos guatemaltecos. Acontecimientos trágicos como ese se supone que deberían de disuadir a los migrantes que a lo largo de los años, y en grandes masas, atraviesan el istmo o vienen desde Suramérica, para que no sigan intentando pasar al país del norte y engrosen la cauda de muerte y desolación. Pero no es así. La migración no se detiene.
Quienes gozamos de alguna estabilidad económica pero lidiamos con problemas para llegar a fin de mes, creemos ingenuamente que las personas que migran y se exponen, ellas y sus pequeños hijos, a esas terribles amenazas, lo hacen por capricho o ambición. Pero no es así. Necesitamos la empatía y la solidaridad para entenderlas y apoyarlas. Algunos esfuerzos se han hecho en ese sentido, por ejemplo con la creación de casas de migrantes auspiciadas por organizaciones humanitarias y de algunas denominaciones religiosas.
Pero la ola migrante supera ese tesonero trabajo.
La violencia política no ha cesado en Guatemala y otros países del istmo. Las migraciones masivas de guatemaltecos, principalmente de las etnias mayas, dio inicio durante el conflicto armado interno que comenzó con el derrocamiento del coronel Árbenz en 1954, quien había sido electo democráticamente.
No fue un caso aislado. Los gobiernos militares o militaristas en el cono sur que, igual que en Guatemala, utilizaron las mismas políticas de tierras arrasadas dieron lugar a movimientos migratorios masivos.
Si las condiciones económicas y políticas no cambian, continuarán las diásporas interminables.
Es inaudito que una potencia económica contribuya a la conflictividad social de sus aliados lacayos y luego les cierre las puertas. Urge una política migratoria a nivel global. Esa debería de ser una de las prioridades de la Organización de las Naciones Unidas-ONU. No es suficiente la existencia de organismos como el Alto Comisionado de las Naciones Unidad para los Refugiados-ACNUR.
El problema es que la ONU está gobernada por los mismos países que crean las crisis. Y esos países y sus autoridades tienen la potestad de imponer sus políticas y de vetar las de sus homólogos si sus propios intereses están en juego. De ahí que el epíteto de “Naciones Unidas” sea solo un acrónimo.
A nivel local se pueden implementar medidas e instancias concretas para frenar las migraciones. Pero eso implica voluntad política seria y sustentable. Problemas que se vienen arrastrando por muchos años como la desnutrición crónica no han sido atendidos con la seriedad que la magnitud del problema reclama. Yo no soy un experto en el tema, pero quizás podría crearse un ministerio de política migratoria y que el ministerio de Desarrollo Social funcione con las competencias que debería tener.
Guatemala es un país con una macroeconomía estable y un una moneda fuerte, en parte gracias al flujo de dinero proveniente de las remesas. Esa realidad nos está diciendo algo. No podemos cruzarnos de brazos ante una realidad migratoria que está cada vez más en crisis.
No podemos tildar a los migrantes de irresponsables y temerarios.
La situación debe de analizarse a la luz de las causas profundas que la producen y no mediante una retórica política ineficaz.
El migrante es la persona que ha llegado al límite de la desesperación y no encuentra otro camino para escapar de la violencia, de la exclusión y del pauperismo, que no sea el escape, la huida y la búsqueda de la tierra prometida. Intelectuales de la talla de Chomsky han puesto el dedo en la llaga y denunciado públicamente la desidia y la incompetencia de los líderes del mundo, particularmente los de la Unión Americana para resolver el problema migratorio.
Esperemos que en Guatemala, los líderes políticos verdaderos se comprometan a resolver este gran problema y los demás problemas que lo sustentan. Sin embargo, nuestro optimismo se ve muy opacado al ver como en el escenario de la actividad política lo que sigue predominando es la demagogia y el interés partidista de los poderosos amorales de siempre.
-Dr. Omar Sandoval (1958). Médico internista y escritor. Presidente de la Asociación de Médicos Escritores. Miembro del colectivo Cuentistas de Guatemala. Ha escrito y publicado poesía, ensayo y narrativa