Los jóvenes migrantes van a buscar en Estados Unidos las oportunidades que no hallan en su país, pero Guatemala pierde esa fuerza laboral. Es necesario crear nuevas políticas de desarrollo para esta población.
Por Guillermo Delgado, fraile dominico
Todos necesitamos un trabajo para vivir, porque necesitamos dignificar la vida para vivirla. En la tradición cristiana comprendemos esa dignidad en la figura de san José obrero como modelo del hombre hacedor.
Existe una actitud básica de todo obrero, esta es de ofrecer a Dios el comienzo de su jornada y agradecer por lo que realizó al final del día. Esta actitud le deviene del solaz que el cansancio provoca. Es la paz, el sosiego, la satisfacción que viene del desgaste cotidiano, al que de otro modo llamamos dignificación del hombre.
Guatemala gradúa anualmente más de doscientos mil jóvenes aptos para unirse a las fuerzas productivas del país. De esos solo una tercera parte encuentra un trabajo formal. El resto se ve obligado a buscar rutas laborales alternativas, ya sean en las ciudades o fuera del país cuyo destino principal es Estados Unidos.
Lamentable expulsión
Ese sentimiento de “forzar” la migración de los jóvenes, se define como si fueran “expulsados de su propia patria”. Que más allá de un derecho, la migración les estigmatiza para siempre como quienes perdieron un lugar de pertenencia.
La educación básica mínima no es suficiente para obtener un trabajo digno, pero sí suficiente para migrar. Las posibilidades de acceso a la comunicación y la técnica capacitan a los jóvenes para soñar en grande y movilizar sus energías más allá de su propio territorio, de su intelecto y sus emociones.
Pero la tecnología no les capacita para desarrollarse en otras latitudes, con lo cual les toca realizar trabajos que nunca hicieron mientras estudiaron o vivían con sus familias. Entonces, migrar no sólo es una expulsión de su propio territorio sino verse obligados a realizar trabajos esclavizantes sin los cuales sería imposible tocar, al menos, con el dedo índice el sueño que los movilizó en estas peripecias.
Condenados a envejecer sin mayores incentivos de vida, muchos mueren sin abrazar los anhelos más profundos que un día los vio largarse de sus tierras.
Así como las manos son para construir y la boca es para la palabra, la vida es para vivirla y engrandecerla en cada acción.
Necesitamos un trabajo digno para vivir. Es digno el trabajo si posibilita envejecer y disfrutar el tiempo en el que la vida acontece.
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